LA VIOLACIÓN  DE LA JUSTICIA

(por Melanie Phillips)

(Artículo publicado en The Spectator (Reino Unido) el 10 de junio de 2000)  

Melanie Phillips expone la intensa conspiración existente contra los hombres, víctimas de un sexismo que no sólo es hoy legal en Gran Bretaña, sino obligatorio

UNO de los muchos misterios de nuestro tiempo es por qué el establishment británico ha abierto la veda sobre la especie humana.  A los hombres se les está robando sistemáticamente su reputación, sus hijos y su razón de ser en la vida.  Las personas responsables de esta guerra de sexos son mujeres y hombres de aspecto grave, vestidos con trajes oscuros -en lugar de monos de trabajo-, por no hablar de pelucas y togas.

Si lo que se arroja habitualmente contra los hombres se dirigiera contra cualquiera de nuestros fabulosos grupos de "mujeres víctimas", "gente de color" o "gays", la sociedad sería de inmediato acusada del más vil de los prejuicios, de discriminación e incluso de persecución.  Y sin embargo, la inmensa mayoría de personas o bien no sabe de qué manera se han cargado los dados en perjuicio de los hombres o, si tienen una vaga idea, piensan que en el fondo (o no tan en el fondo), bueno, que en realidad se lo merecen.

¿Les parece que exagero?  Piensen en la revisión de los delitos sexuales que está a punto de publicarse.  Mediante cuidadosas filtraciones, el gobierno ha indicado que desea endurecer la ley sobre violación "porque no hay suficiente número de hombres que hayan sido condenados".  De esta manera intenta sesgar los procedimientos judiciales contra ellos, para limitar sus posibilidades de defensa frente a una acusación.

Sin embargo, esto es precisamente lo que se propone para los casos de violación.  El gobierno intenta cambiar la definición del consentimiento en mantener relaciones sexuales, que es la defensa común contra el cargo de violación, de modo que el que se defiende tendrá que probar expresamente el consentimiento de la mujer.  Los abogados están divididos sobre si esto significaría técnicamente invertir la carga de la prueba.  Todos están de acuerdo, sin embargo, que sería mucho más difícil para un hombre acusado de violación defenderse.  Y eso porque el gobierno da por supuesto que todos los hombres acusados de violación son culpables.

De hecho, la evidencia sugiere que esto es completamente falso.  Las cifras de Interior para 1996 muestran que el 25% de las violaciones denunciadas a la policía eran falsas o maliciosas, o los cargos fueron retirados por la denunciante.  En un 39% adicional  la policía o la Fiscalía del Estado no prosiguieron sus actuaciones porque la denunciante y el sospechoso se conocían y las circunstancias eran ambiguas;  y un 7 % adicional de los casos  resultaron en absolución.

Sin embargo, el gobierno no sólo fracasa a la hora de reconocer estos hechos, sino que utiliza la manipulación de la estadística para producir la falsa sensación de que las violaciones se incrementan y de que miles de violadores escapan a su condena.  Cierto, hubo un descenso en la tasa de condenas, del 24% en 1985 al 9% en 1997.  No obstante, esto puede deberse a un comportamiento sexual más libre que hace que las acusaciones de violación sean menos sostenibles.  Mientras que las "violaciones por extraños" son muy escasas, las "violaciones en el curso de una cita" entre conocidos se han elevado de 1300 en 1985 a 5000 en 1996, casi la mitad de las denunciadas.

La violación es sin duda un crimen execrable.  Pero la gente más razonable pensaría probablemente que ser atacada en una callejuela oscura es algo completamente distinto a cambiar de idea, algunas veces retrospectivamente, respecto al tipo con el que te has ido a casa después de una fiesta o con quien ya te has acostado alguna vez.

Los prejuicios antihombre forman parte, de hecho, de la mentalidad del gobierno.  La baronesa Jay y su unidad de mujeres fomentan constantemente la idea de que una de cada cuatro mujeres es violada por su pareja.  De hecho, la mayor parte de los estudios sobre violencia en Inglaterra, en los cuales se apoya el gobierno para tales declaraciones, han sido claramente falsificados;  les preguntan sólo a las mujeres, nunca a los hombres, acerca de sus experiencias de violencia doméstica, principalmente siendo la muestra autoseleccionada, entre mujeres maltratadas.  Sin embargo, las investigaciones internacionales más rigurosas muestran abrumadoramente que los actos de violencia doméstica los comienza la mujer contra el hombre al menos tan frecuentemente como sucede viceversa.

Cuando se le preguntó por qué la unidad de mujeres no hace referencia a toda esta investigación, Jay contesta que el gobierno no puede involucrarse en temas tan "sutiles".  En vez de ello, recurre a amenazas no sutiles de perseguir sin descanso a los "padres vagabundos" hasta sacarles las pensiones de los hijos, promoviendo la impresión de que los padres acostumbran a abandonar a sus hijos.

De hecho, muchos padres continúan desesperadamente intentando ser los padres de sus hijos tras el divorcio, pero se encuentran con que los juzgados ponen obstáculos formidables en su camino, incluso si los hombres han actuado rectamente y sus mujeres no.  Los jueces de familia tienden a obligar a los padres a probar que son buenos padres, que no son violentos o implacables.  Por el contrario, asumen que las madres son generalmente el mejor progenitor para convivir los hijos, sin pararse a examinar cómo se han comportado.

Cierto que algunos hombres se portan muy mal con sus mujeres e hijos.  Los abogados matrimonialistas estiman, sin embargo, que no más de un tercio de los maridos que ven son violentos, y que tanto las mujeres como los hombres mienten en igual proporción.  Y sin embargo, los juzgados están institucionalmente sesgados contra los maridos, arrojándoles de sus casas con el mínimo pretexto, despojándoles de sus hijos y sus bienes incluso si sus esposas se han ido con un amante y su propio comportamiento ha sido, entretanto, ejemplar.  Los jueces aceptarán igualmente las acusaciones de una mujer cuando dice que su marido es violento sin base ni evidencia, en un sistema donde es imposible verificar un examen cruzado de sus acusaciones.  Pese a lo cual, con este pretexto privarán a un hombre del contacto con sus hijos.  La falta de contacto con sus hijos es una fuente de inmensa injusticia y miseria para muchos padres.  Los abogados dicen que este es un escenario muy típico.  La madre decide separarse porque ha encontrado a otro hombre.  La manera más sencilla de desembarazarse del padre es acusarle de ser violento con ella o los niños.  El padre se marcha o es expulsado.  Su acceso a los niños se limita a una orden de contacto emitida por el juzgado a recomendación de un funcionario de la asistencia social.  Pero la madre tiene el látigo en la mano a la hora de controlar el contacto del padre.  El se encuentra con que normalmente los niños están demasiado ocupados para verle.  Cuando llega a ver a sus hijos, es a menudo el novio de su ex mujer quien le dice que se largue.  Y a pesar de todo, de alguna manera, la madre parece capaz de persuadir al juzgado de que ella está legitimada a cambiar las reglas del juego impunemente.

La señora Isabel Butler-Sloss, nueva presidenta de la sección de familias del Tribunal Superior,  negó unos meses atrás, este mismo año, que los derechos de contacto de los padres con los hijos fueran escasos o injustos aunque, añadió ambíguamente, que en una pequeña minoría de padres se suscitaron verdaderos problemas. 

¿Cómo puede ser tan complaciente cuando a los padres se les niega habitualmente el contacto sobre motivos alegados por los funcionarios de la asistencia social, tan espúrios que acaban siendo incomprensibles?  Como aquel padre que, en McDonalds, abrió los brazos frente a su hija y le dijo "Apuesto a que no me has visto nunca con traje", y un asistente social que vigilaba malinterpretó el gesto, decidiendo que la niña había rehusado devolver el abrazo que su padre le instaba a darle y, a consecuencia de esa apreciación, se le negó el contacto con ella.

O aquel padre cuyo contacto quincenal con su hijo de quince años fue impedido porque "el niño tenía que recorrer muchos kilómetros", o aquel otro al que se le justificó la pérdida del contacto diciendo que "el niño se quedaba dormido en el coche cuando lo devolvía a casa".  Un niño de 13 años no ha visto a su padre por más de ocho años, porque se le hizo creer en que un mandato contra su padre se lo impedía.  Nadie —y menos su madre— le dijo que el mandato duraría como máximo tres meses y que por más de ocho años él había tenido derecho de ver a su padre.  Y así, más, más...  abrumadoramente más casos como estos.

El desastroso impacto de la ausencia del padre en la vida de los hijos está bien documentado.  El impacto sobre los padres es menos conocido.  Algunos acaban teniendo colapsos nerviosos o suicidándose;  otros pierden sus empleos cuando tratan de visitar a sus hijos que se han mudado a un lugar diferente del país.  Por supuesto, hay hombres que se apartan de sus mujeres y dejan a sus familias.  Pero la mayoría de los hombres se han divorciado contra su voluntad.  El dolor del fracaso familiar se hace insoportable cuando se le añade la enorme injusticia de un sistema legal que bajo apariencias de imparcialidad, lo que hace a menudo es recompensar a la esposa agresora y castigar a su víctima.

¿Cómo puede suceder esto?  Las conclusiones de los funcionarios de la asistencia social acerca de las esposas divorciadas son raramente cuestionadas por los jueces, que ven en estos funcionarios la única fuente de asesoría profesional en tales casos.  Hasta ahora, ellos han sido funcionarios probatorios;  en el futuro, también se les va a reclutar de la rama de la Oficina del fiscal dedicada a los niños, y de la de los guardias.  Sin embargo esta reforma no parece que pueda aportar mucho para contrarrestar su peculiar manera de pensar, encorsetada por un documento que elaboró en 1996 la Asociación Nacional de Agentes de Libertad Vigilada.  Bajo el título "Iguales Derechos:  Política Antisexista", proclamaba que el matrimonio sujetaba a las mujeres a la tiranía del marido;  que la sociedad se basaba en el control patriarcal del macho sobre las mujeres y los hijos, control que se extendía a todas las instituciones, y que la opresión de las mujeres debe ser desafiada en los juzgados;  y que, por tanto, el propósito del funcionario de la asistencia social era contrarrestar la discriminación contra las mujeres en el contesto de una convivencia conflictiva y en las decisiones que tienen que ver con el régimen de visitas.

Esta forma de sentir puede parecer excesiva;  pero la presunción de la violencia masculina a la que están sometidos los hombres es ahora una presunción ordinaria en el sistema legal de familias.  El Consejo Asesor del Lord Canciller dijo el año pasado que los juzgados deben impedir a los padres que vean a sus hijos simplemente sobre la base de una acusación de violencia hecha por sus ex mujeres.  La extraordinaria presunción que el Consejo hace sobre la culpabilidad masculina se apoyaba en su afirmación de que las investigaciones realizadas sobre la violencia doméstica indican que "en la gran mayoría de los casos el agresor es un macho y la víctima una hembra".  Y sin embargo las investigaciones realizadas no dicen eso de ninguna de las maneras.  Es más:  la mayoría de la violencia practicada sobre los niños es perpetrada por sus madres o por los novios de estas.  El padre natural de un niño tiene menos posibilidades de ser violento con él.  Los juzgados deberían realmente dar a los padres, no a las madres, el beneficio de la duda.

Muchos jueces piensan que las madres son intrínsecamente vulnerables y deben ser protegidas siendo como son, por regla general, el progenitor que retiene la custodia de los hijos.  Pero... ¿Por qué debe ser así?  Si una madre se ha marchado con su amante, arrebatando considerablemente el bienestar de sus hijos y demostrando infidelidad hacia el padre de estos, faltando a su promesa de forma egoísta, por qué se la debe considerar automáticamente como el progenitor idóneo para educar a los hijos?

La respuesta consiste en volver a considerar los aspectos del comportamiento que conduce al divorcio y el cuidado subsiguiente de los hijos.  El argumento espurio de que las necesidades de los hijos son prioritarias a cualquier otra consideración significa en la práctica que los niños son utilizados como rehenes para evitarles a los adultos la molestia de afrontar las consecuencias de su propio comportamiento.  Las necesidades de los hijos se suplen mejor, de hecho, cuando disponen de ambos padres para cuidarles;  a falta de eso, viviendo con el padre más responsable.  Esto puede incluso reducir la tasa de divorcios, tal y como ha ocurrido en America en los estados donde las madres no obtienen la custodia de manera automática.

Los hombres viven aterrorizados de que se les considere como personas con prejuicios contra las mujeres, y ello en no poca medida por un antiguo sentido de la caballerosidad.  Contemplan la ausencia de mujeres entre los grandes empresarios o los Miembros del Parlamento, o entre los hooligans de fútbol y los ladrones en prisión, y piensan que debe ser cierto que los hombres son básicamente verdugos viles y que las mujeres son sus víctimas.  Pero la vida es muchísimo más complicada que eso;  y el resultado de esta tenaz zambullida en falsos estereotipos es que todos acaban por convertirse en perdedores.(Publicado en The Spectator (Reino Unido) el 10 de junio 2000)

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© Melanie Phillips

(Traducción cedida por la Asociación de Padres y Madres Separados Canaletas-Alhambra (Granada). Texto original del artículo.

 

Melanie Phillips es una de las columnistas más populares de la prensa británica, colaboradora habitual en los rotativos británicos The Observer, al que se incorporó en 1993 (tras haber desarrollado una larga trayectoria periodística en The Guardian desde 1977) y The Sunday Times, y autora de diversos libros, célebre por su valiente y aguda crítica de las realidades sociales de nuestro tiempo. En 1997 publicó su libro The Sex Change Society: Feminised Britain and the Neutered Male [La sociedad del cambio sexual: la feminización de Gran Bretaña y la neutralización del varón"], en el que se aborda el problema de la marginación de los hombres en la sociedad moderna.  Melanie Phillips sostiene que el feminismo ha pasado gradualmente "de ser una auténtica campaña en favor de la igualdad de oportunidades a convertirse en una vendetta de género que utiliza a las mujeres y los niños como cortina de humo para atacar a los hombres". Más información sobre Melanie Phillips.