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Un caso insólito e injusto

NO SE PREOCUPE POR SU FUTURO: PROCREE UD. Y TRAIGA  HIJOS AL MUNDO PARA QUE   LE MANTENGAN, PORQUE ALGÚN JUEZ O JUEZA LES OBLIGARÁ A PAGARLE A UD. UNA PENSIÓN VITALICIA, SIN IMPORTARLE SABER SI UD. LOS MALTRATÓ,  O CONOCER SI UD. MOSTRÓ DESINTERÉS POR TRABAJAR A LO LARGO DE SU VIDA; SIN IMPORTARLE TAMPOCO QUE UD. TENGA DERECHO A UNA PENSION NO CONTRIBUTIVA .” “VIVE DE TUS PADRES HASTA QUE PUEDAS VIVIR DE TUS HIJOS” Esta desvergonzada doctrina parece que hubiese inspirado, como se verá más adelante, la insólita sentencia dictada el pasado 20 de julio de 2009 por un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca;  sentencia que condena a  dos hermanos al pago de  una pensión vitalicia para la madre biológica.

El “delito” de los hermanos,  hoy una mujer y un hombre  de 39 y 43 años de edad,  es  haber nacido de la persona indebida, una mujer que los trajo al mundo y que, tras infligirles sufrimientos durante décadas, en febrero de 2008  interpondría una demanda contra ellos  para exigirles dinero,  una pensión vitalicia.  Demanda que la mujer ganaría, en segunda y definitiva instancia. Por supuesto, con la inestimable e imprescindible ayuda de un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca.

Les expongo a continuación el grave problema que nos afecta a mi hermana y a mí. Por su singularidad pudiera interesarles a ustedes;  pero, además, hay otro motivo más profundo que la mera singularidad para suscitar su  interés: estaríamos, a mi juicio, ante UNA AGRESIÓN A LA DIGNIDAD DE DOS PERSONAS PACÍFICAS Y HONRADAS, dos hermanos que durante décadas recibieron de su madre biológica, ganadora final del proceso, malos tratos físicos y psicológicos.

Creo que puede afirmarse objetivamente que LA DIGNIDAD DE UNA PERSONA NOS AFECTA A TODOS y si alguien siente que no es así, es que  ha quedado fuera del ámbito de la dignidad.

Mi sincero agradecimiento a las miles de personas que desde su creación hasta hoy, 12 de febrero de 2010, han leído esta web.

Entre el 19 de Diciembre de 2009 y el 6 de febrero de 2010 ( 49 días ), mantuve una huelga de hambre en los aeropuertos de Palma de Mallorca, y en el de Madrid ( días 13 al 22 de enero 2010); huelga de la que numerosos medios de comunicación baleares y del resto de España se hicieron eco: perdí casi 15 kg. Me vi obligado a abandonarla ante la irresistible influencia emocional de mi hermana, quien, por mi estado, se encontraba al borde de una depresión, tal y como le anunció su médico de cabecera (insomnio, ansiedad, frecuentes lágrimas ) 

Mi acción de protesta fue contra la injusta sentencia firme de la Audiencia Provincial de Mallorca, que en julio de 2009 nos condenó a mi hermana y a mí a pagar una pensión  vitalicia ( de facto con carácter retroactivo a febrero de 2008) a nuestra madre biológica, María Dolores Gómez Verdugo, parásito familiar y social donde los haya, que ha vivido de sus seres más próximos, a los que, encima, martirizó; una mujer  que ni necesitaba ni necesita hoy esa pensión, al vivir mantenida por su amante (21 años más joven que ella), lo cual ella misma reconoció en el primer juicio, verbal, y al tener derecho a una pensión del Estado... de 8 euros menos al mes; una mujer que durante años y años nos maltrató física - y psíquicamente, cuyo perfil maltratador se ha revelado en su actitud frente a mi huelga de hambre: "Si se muere, yo no tendré la culpa, es su responsabilidad" ". Tan grave es “su necesidad económica”, que durante mi huelga de hambre, aun poniendo en peligro mi vida, se permitió el lujo de rechazar la oferta de 2000 euros a cambio de acogerse a la pensión del Estado que ella comenzó a tramitar justo antes de demandarnos en febrero de 2008, y que sólo le supondría... ¡ 8 euros menos al mes!

Mi lucha no ha terminado aún, pues  hay pendiente un nuevo proceso contra la madre biológica, para instarla a acogerse a esa pensión del Estado que comenzó a tramitar justo antes de tramar la venganza contra su hija y contra mí. Os informaré de él cumplidamente en su debido momento.


Mi huelga de hambre no ha sido  en vano, pues  he conseguido desenmascarar a la madre maltratadora, viéndose  claramente que esta mujer  se ha burlado de la Administración de Justicia española, al utilizarla como un instrumento de venganza y dominación sobre sus emancipados hijos, consiguiendo esta mujer  que castigue a sus hijos obligándoles a que le paguen una pensión que, como el tiempo transcurrido ha venido demostrando,  no necesita. Véase esta sentencia en esta misma web.

  
Mi huelga  de hambre ha demostrado  que mi vida le importa a la progenitora menos que un pimiento; no más, desde luego,  que para la Administración de Justicia española. 
Tampoco le importó mi huelga de hambre a los partidos políticos,  que no movieron un dedo por mi  vida y dignidad  ¡ Pero qué poquito vale la vida del ciudadano español común, pacífico y cumplidor,  en este país tan supuestamente libre y democrático ! ¿Tendría que haberme convertido al Islam y pedido la independencia de un territorio africano o asiático para que en España me hubiesen hecho  algo de caso los poderes públicos?       


¿ O debía haberme cambiado de sexo para que  éstos me hubiesen atendido mínimamente ? Menos mal que el sufrido pueblo español y sus medios de comunicación han demostrado más sentido común y  sensibilidad para conmigo que los susodichos poderes públicos...

Palma de Mallorca, febrero de 2010

Una sentencia imposible de cumplir

Estoy ante una sentencia de imposible cumplimiento, psicológicamente inasumible para quien, como yo,  cree profundamente en su propia dignidad.

¿ Quién sería capaz de cumplir la sentencia de pagar a una persona con la trayectoria de mi madre biológica,  por el mero hecho de haberlo traído al  mundo ( ¡ como si se lo hubiera  pedido ! ) ? Pero que, encima,  fuera maltratado , como aludí ante el juez en primera instancia ¿ Pagar una pensión vitalicia ( ¡ y con carácter retroactivo ! ) a la mujer que, además,  martirizó emocionalmente a mi hermana ? Señores jueces y magistrados, entiendan que hay cosas que humanamente no se pueden cumplir. A menos que quien ha de hacerlo olvide su propia condición de humano y la dignidad que ello conlleva.        

 Dignidad significa “calidad de digno”; es el sentimiento que  hace sentirnos valiosos.  Si yo cumpliera esta sentencia,    ¡ qué poco valor daría a mi vida y a la de mi hermana ! De cumplir esta sentencia, sería un monigote sin dignidad; someterme a la injusta condena sería, pues,  ver mi dignidad pisoteada. Aparte de la sangría económica que ello me supone,  ¿cómo voy a verme atado, encadenado económicamente y condicionado por vida a la madre biológica          ( sólo 23 años mayor que yo  ), a la persona que nos maltrató ? ¿ Cómo voy a someterme a la humillación adicional de financiar indirectamente al amante de mi madre biológica, agresor de mi hermana ?  ¿ No dicen que  vivimos en un país libre ?  Pues  queremos liberarnos de la madre biológica; queremos romper la cadena que nos retiene a la madre biológica maltratadora y a esta injusta condena.

Quiero que, cautelarmente, SE DETENGA LA EJECUCIÓN DEL EMBARGO CONTRA NOSOTROS Y QUE SE ANULE O REVISE EL PROCESO, la sentencia de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca. Hasta entonces me declaro en  HUELGA DE HAMBRE INDEFINIDA, llevándola  HASTA SUS ÚLTIMAS CONSECUENCIAS.

En definitiva, no queremos ni mi hermana ni yo ser condenados por el hecho de haber nacido de la persona indebida. ¿ Tan difícil es entenderlo en un país que presume de libre y democrático ?


Décadas de malos tratos

En el fondo de esta historia subyace la continua agresión cometida durante décadas por la madre biológica, agresión que culmina en la sentencia de un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca; una sentencia que, por lo visto,  ha agotado la vía del recurso y que, por lo que verán, considero el colofón a años, incluso décadas, de atentados a la dignidad y a la  libertad de dos personas inocentes cuyo único delito es haber nacido de la persona indebida. Un caso dramático, extraño, posiblemente insólito. Si les parece, lean  y juzguen Uds. mismos.

Mi  nombre es José Antonio Braojos Gómez. Nací en Múnich, Alemania, el 21 de marzo de 1966. Un año antes se habían casado en Granada mis padres, José Antonio Braojos Párrizas, nacido en 1937 en aquella ciudad andaluza,  y mi madre biológica, María Dolores Gómez Verdugo, nacida en Sevilla en 1943. Desde 1970  vivo en Mallorca, aunque en minoría de edad también residiera cortos períodos  en Andalucía. Soy diplomado en Turismo y trabajo  en Mallorca como guía intérprete de turismo. Resido en una humilde planta baja de 27 m2. del conjunto de viviendas conocido por el nombre de “Corea”, en el barrio de Camp Redó, en Palma de Mallorca. Mi única hermana, María Esperanza Braojos Gómez,  nació en esta ciudad el 26 de septiembre de 1970.

En junio del 2008 recibí una carta, una cédula de citación del Juzgado de 1. Instancia de Manacor para la celebración de un juicio contra mi hermana María Esperanza y contra mí a consecuencia de una demanda interpuesta por nuestra madre biológica, María Dolores Gómez Verdugo, reclamándonos el pago de una “pensión por alimentos” por importe de 600 euros mensuales.

Al leer la carta quedé conmocionado, pues desde 1991  no tenía contacto alguno con mi madre biológica, ya que lo perdí por las consecuencias de haber sufrido durante mi infancia, y aun más allá de mi adolescencia, malos tratos físicos y, sobre todo, psicológicos; malos tratos como los que en breve voy a relatar. Mi sorpresa, además, fue ver codemandada a mi hermana María Esperanza, al creerla  yo viviendo con nuestra madre biológica.

 María Dolores Gómez Verdugo, nuestra madre biológica,   apenas se ha interesado por  un trabajo remunerado: en toda su vida no ha trabajado más de seis años, ni siquiera consecutivos; y sólo mientras vivió en Alemania e Inglaterra.  DE VIVIR HASTA 1997 DE SU MARIDO, NUESTRO PADRE,  PASARÍA A VIVIR A COSTA DE SU HIJA. Y ahora, como dicta la sentencia condenatoria y definitiva  de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca, pasaría a vivir también de su hijo, o sea, a mi costa. La  sentencia resultante de la apelación que mi madre biológica presentó, tras perder en primera instancia en Manacor,  se basa en la aplicación del artículo 143 y siguientes del Código Civil español (  artículos redactados en el año 1889, que continúan plenamente en vigor; inspirados, al parecer, en el aún más antiguo y  rancio Código de Napoleón) que obliga entre parientes ascendientes y descendientes a prestarse una “pensión por alimentos “.

 Una sentencia que no tiene en cuenta  la falta de interés  de esta mujer, a lo largo de su vida, por un trabajo remunerado. Una sentencia que, por si fuera poco, no ha querido saber de LOS MALOS TRATOS que mi hermana y yo sufrimos a la sombra de esta mujer; padecimientos que durante años, incluso décadas, aguantamos por considerarla equivocadamente  una madre. Malos tratos a los que  aludí ante el juez  en el juicio  celebrado en primera instancia en Manacor, en septiembre de 2008; juicio que mi hermana y yo ganamos entonces, al desestimar el juez la demanda de nuestra madre.

Tres meses antes, en junio de 2008, al poco de recibir la cédula de citación, había localizado a mi hermana para  reencontrarme con ella. Casi ocho años hacía que no hablaba con María Esperanza, al haberla considerado una persona sin voluntad propia,  absorbida y sometida completa y emocionalmente a  la nociva personalidad totalitaria de nuestra madre biológica. Mi impresión era que María Esperanza, entonces de 30 años de edad, era una mujer irrecuperable cuya personalidad había sido irreversiblemente alterada  por  los extravagantes y dañinos comportamientos maternos; una personalidad configurada por la madre a su voluntad; lo cual me indignaba y dolía insoportablemente.

En el  reencuentro con mi hermana en junio de 2008 constaté con alegría que, finalmente,   pudo más el sentido común de María Esperanza que los fuertes lazos de sujeción emocional que la sometían a nuestra insólita madre biológica. He recuperado, después de todo,  a una hermana que ha sufrido muchísimo en los últimos tiempos, padeciendo durante muchos más años que yo las malignas arbitrariedades de la persona que nos trajo al mundo.

Breve resumen del insólito procedimiento contra dos hermanos

En los últimos años de mi vida reciente casi había logrado olvidar  aquellos tristes años,   aquellas lejanas infancia y adolescencia a la sombra de esa mujer, resucitadas  ahora por la sentencia condenatoria de la Audiencia Provincial de Palma. Puedo asegurarles  que, sobre todo desde 1999,   he sido un hombre relativamente feliz: con el dinero de mi  trabajo me pagaría a los treinta y tres años de edad  los estudios de Diplomatura en Turismo, encaminados a poder ejercer mi profesión actual, la de guía intérprete.

 Relativamente feliz hasta que en junio de 2008 llegase la cédula de citación desde el Juzgado de Manacor, convocándome a un juicio resultante de la demanda que nuestra madre biológica había interpuesto contra mi hermana y contra mí.

En septiembre de 2008 se celebró en primera instancia el juicio de Manacor. Un mes más tarde recibo la noticia de que mi hermana y yo hemos ganado; enseguida apelaría nuestra madre biológica y… casi un año más tarde,  a principios de septiembre de 2009, me entero de que, finalmente ¡ hemos perdido ! Un tribunal  de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca desestima la sentencia en primera instancia,  condenando a dos hermanos, de 39 y 43 años, a pagarle una pensión a la madre biológica; a dos hermanos que somos  las personas de aquellos pobres niños, adolescentes y adultos maltratados; hermanos  que sufrimos en  cuerpo y  alma castigos, agravios y humillaciones por culpa de esa mujer, hoy de 66 años, pero de aspecto sano y joven,  que, al menos en el momento de la sentencia, era mantenida  por su amante,  un alemán  de 45 años de edad.

Y desde que recibí la funesta noticia, en septiembre de 2009, soy un hombre profundamente afligido e indignado. El 5 de octubre de 2009 me diagnosticó mi médico de cabecera una  depresión reactiva, consecuencia de la sentencia; y desde entonces estoy en  tratamiento médico a base de citalopram y lormetazepan, para poder dormir.

Al final de este relato les comentaré detalladamente  la insólita y deficiente sentencia dictada por un tribunal  de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca.

La gota que colmó el vaso

Hasta el verano de 1991 también yo  había estado sometido, aunque con menor intensidad  que mi hermana María Esperanza, a la dependencia emocional materna. Sería entonces cuando decidí romper el contacto con mi madre biológica. Muchas veces me he preguntado cómo pude haber aguantado tanto y no haber roto mucho antes. Pero ni siquiera en 1991,  tras muchos sufrimientos,  era consciente de toda la magnitud del problema, del daño irreparable que esa mujer, María Dolores Gómez Verdugo, había provocado en nuestras vidas.

La distancia en el tiempo  me ha deparado una mirada retrospectiva hacia los años de mi infancia y adolescencia, haciéndome ver en ellos toda la dimensión trágica de la convivencia con M.D. Gómez Verdugo,  la madre biológica cuya sombra abrumadora oscurecía en aquellos años mi entendimiento;  lejanía en el tiempo que me ha concedido, desde la perspectiva actual,   una reflexión más profunda sobre mi infancia y primera juventud, una visión más amplia del pasado que la percibida en aquellos lejanos y oscuros años a la sombra de aquella mujer.  Bajo su tutela e incluso hasta 1991 me encontraba condicionado  por fuertes ataduras emocionales cargadas de prejuicios ancestrales  sobre la obligación de honrar siempre a la madre, lo cual implicaría no romper jamás el vínculo relacional con ella.  Mi madre no puede ser mala, pensaba yo; si acaso, amargada por la insatisfacción de su vida. Honrarás a tu padre y a tu madre, se nos ha dicho siempre; pero ¿ aunque te maltraten ?

Desde 1991 el paso del tiempo me ha hecho entender que las  causas de esta tragedia familiar tienen  su origen en la persona de  María Dolores Gómez Verdugo. Para mi hermana y para mí,  simple madre biológica.

 Pues sí, aun después de tantos años soportando humillaciones y malos tratos, a principios de 1991 mantenía  contacto con esa mujer. Sin embargo, un hecho que no ha sido,  ni de lejos,  el más grave que ella me infligiera, sería  la gota que terminó colmando el vaso:  La  negativa de M.D. Gómez Verdugo a firmarme como avalista para comprar un coche, un sencillo utilitario Skoda que en 1991 costaba ochocientas mil pesetas. No le pedí dinero alguno, solamente una firma, pues ella era la perceptora del dinero que mi padre enviaba para la  manutención familiar; un requisito, el aval,  que me exigía el concesionario Skoda. Sería finalmente un compañero de mi trabajo  quien, sin yo pedírselo y tras la negativa materna, se ofreciera de buena voluntad para avalarme.

Su negativa a firmar la adobó María Dolores Gómez Verdugo con un duro sermón contra mí, cargado de reproches y duras descalificaciones contra mi persona.  Fue el “hasta aquí hemos llegado” me dije. En su violento discurso me reprochó  no haber ahorrado lo suficiente para pagar la entrada de un piso para ella; que como madre “había hecho tanto por mí en la vida” y  yo, desagradecido hijo,  no sólo no le había comprado un piso, sino que egoístamente quería comprarme un coche, pidiéndole su firma de avalista. Esto lo decía, como luego verán Uds.,  una mujer que había dilapidado en absurdas mudanzas y desatinados desplazamientos el dinero obtenido en los años 70 por la venta de sendos pisos hipotecados en Palma de Mallorca y en Málaga; pisos que mi padre había comprado para ella y sus hijos.

 Profundamente indignado, abandoné precipitadamente  su vivienda en la calle de Manacor, en la ciudad de Palma; un piso que nuestra madre biológica  había alquilado gracias, una vez más,  al dinero que enviaba nuestro padre. Ante la mirada compungida  de mi hermana y frente a la expresión incrédula de mi madre biológica salí de allí, no sin antes advertirle en voz alta que aquella sería la última vez en mi vida que hablase con ella. Palabra cumplida.

Cuando sucedió este episodio yo estaba de visita en el piso que mi hermana y madre biológica habitaban. Hacía más de dos años que yo no convivía con ellas, pues desde 1989 residía   en una humilde habitación de personal de un hotel próximo a Cala Rajada, en el noreste de Mallorca, a la sazón lugar de mi trabajo como recepcionista de hotel.

Quisiera también mencionar que, desde 1987, año de mi primer empleo, yo había contribuido  al “hogar” con una modesta aportación monetaria; un dinero que se unía a la principal y mayor contribución dineraria de nuestro padre, un hombre que, pese a haberse marchado de casa en 1976 obligado por su agresiva mujer, nunca nos abandonó económicamente.

Malos tratos desde la infancia

Acabo de exponer “la gota que colmó el vaso” porque el fondo de esta historia son los malos tratos físicos y, sobre todo, psicológicos que en mi infancia y aun más allá de mi adolescencia, padecí conviviendo con M.D. Gómez Verdugo. Mi hermana, cuatro años menor, sufrió más que yo  la influencia psicológica materna. Y digamos que, de los dos hijos, yo era la diana preferida por la madre biológica adonde lanzar sus frecuentes maltratos y humillaciones.

Desde que yo marchase de aquel insólito “hogar” sería  mi hermana  la persona que sufriría  las vejaciones infligidas por la persona que el destino, como si de un duro e inexplicable castigo se tratara,  nos había deparado como madre biológica. De los malos tratos a mi hermana, no ya de niña, sino, sobre todo, de mujer  adulta, he tenido conocimiento tras recuperar  el contacto con María Esperanza en junio de 2008 y después de haber conversado en numerosas ocasiones  con ella. Estoy convencido de que mi hermana  ha sido quien más sufriera la convivencia con María Dolores Gómez Verdugo, nuestra nociva madre biológica.

Probablemente la mayoría de las personas tengamos la tendencia a olvidar, a borrar de nuestro recuerdo muchas situaciones y experiencias desagradables de nuestras vidas. Sin embargo, quedan indeleblemente guardadas en mi memoria muchas de aquellas amargas experiencias y situaciones indignas que  me tocó soportar mientras vivía con María Dolores Gómez Verdugo, mi madre biológica, la persona que ha ganado el procedimiento contra los hijos gracias a la sentencia de un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca.

No puedo recordar que antes de los 7 años de edad hubiera sufrido malos tratos; pero sí estoy seguro de que éstos se cometieron asiduamente desde 1973. Sin ánimo de ser exhaustivo,  voy a reseñar para Uds.  algunos de ellos.

Los malos tratos  no afectaron nunca a la alimentación, vestido, higiene o escolarización. Reconozco que estas  necesidades elementales fueron debidamente cumplidas. Es a la violencia física a lo que me refiero, a las numerosas  bofetadas, tirones de pelo, golpes de cinturón; pero sobre todo, a los golpes emocionales, más dolorosos y frecuentes que los físicos.

Nuestra madre biológica nos hace creer que nuestro padre es homosexual: su obsesión contra él. 

Mi padre había conocido a M.D. Gómez Verdugo en 1964, en  Múnich (Alemania), donde trabajaban. En mayo de 1970, llevándome consigo, regresaron  a España; no a Andalucía, su origen, sino a Mallorca, donde cinco meses después nacería mi única hermana, María Esperanza. El motivo de elegir Mallorca era el oficio  de mi padre, mecánico de aviación. En aquellos años la Isla se encontraba en pleno desarrollo turístico y las compañías aéreas chárter, como Air Spain o Spantax,  tenían en Mallorca su base.

No habría cumplido yo los seis años cuando, sobre todo por las noches,  ya acostado,  oía  a mis padres discutir.  Al principio eran murmullos, como si hablaran bajito para no despertarme. Unos susurros en un tono cada vez más acelerado y violento, que se convertían en palabras  audibles, ya en voz alta e incluso a  gritos. Siempre era la voz de María Dolores Gómez Verdugo la iniciadora de esas discusiones, inicialmente murmullos apenas perceptibles en el silencio de la noche. En voz alta terminaba imponiéndose la vulgaridad de los tacos, maldiciones y  juramentos de mi padre. Ya les daba igual si me despertaban.  Aquellos “me cago en mi puta estampa” o “te lo juro por Dios” pronunciados por mi padre enfurecido fueron  una especie de triste rutina, aunque no se produjeran a diario. Sin darse ellos cuenta, sus violentas y nocturnas discusiones provocaban mi llanto silencioso, contenido en la soledad de mi cuarto. Miedo y  pena me embargaban por igual.   Y siempre era mi madre biológica quien iniciaba los sórdidos episodios nocturnos. ¿ Por qué empezará mamá, si sabe que papá se va a enfadar ? , me preguntaba yo . ¿ Por qué no se callará  de una vez ? Ya entonces  tenía yo la impresión de que le gustaba  ver enfurecido a mi padre. Hoy estoy convencido de que M.D. Gómez Verdugo sentía en ello un  insano y maligno placer.

En el verano de 1973 mis padres alquilaron un ático en la calle Castillejos del barrio palmesano del Coll de’n Rabassa. Allí residiríamos hasta mayo de 1978; y sería probablemente el mismo año de 1973,  cuando con siete años de edad, escuché por primera vez,  y en boca de mi madre biológica,  palabras como “vicio”, “aberración”, “perversión” “maricas”, “maricones”, “homosexuales”, “acto sexual” “hombres machos”…

Un día mi madre biológica, M. D. Gómez Verdugo, me dijo,  en  tono amable y didáctico, que,  para que  nadie me engañase cuando yo fuera  mayor, debía enseñarme cosas que no se aprenden en la escuela. Me contó que leía  libros de educación sexual. De entre aquellos libros para adultos que pude ver recuerdo un título: “Vida sexual sana”. En aquel tiempo ella compraba ese tipo de libros que  ocultaba a mi padre. Ignoro su calidad, pero hoy estoy convencido de que una mujer con tantos prejuicios y  que apenas había ido a la escuela  pudiese comprender su contenido.  Una tarde la encontré en la terraza del ático, quemando uno de aquellos libros en una improvisada y pequeña hoguera. Extrañado, le pregunté el motivo de la quema. “Porque contiene muchas aberraciones” fue su respuesta.

Pero volvamos a aquel “didáctico” día del año 1973. Aquella “ilustrativa” jornada me explicó a solas que los hombres y las mujeres necesitan hacer el acto sexual. Como no fue explícita en eso  de “el acto sexual” y yo era muy ingenuo,  no  acabé de entender ese concepto. No sería hasta cuatro años más tarde cuando, mediante palabras y gestos inequívocamente explícitos,    me enteraría de su significado por otros niños. Pero sí me había quedado claro  que los hombres y las mujeres sienten atracción recíproca; no tanto por las “didácticas explicaciones” de M.D. Gómez Verdugo,  como por  el cine y la televisión.

No quedó ahí la “lección de sexualidad de la escuela de la vida”, impartida aquel día  por María Dolores Gómez Verdugo. Llegados al punto del “acto sexual” me revela algo nuevo y sorprendente para mí: que  hay hombres a los que no les gustan las mujeres, sino otros hombres que, en ocasiones, se disfrazan de mujer. Son hombres “que van contra lo natural” “con un vicio muy malo, una aberración, una perversión”. Son los maricas o maricones, también llamados homosexuales. Hay dos tipos, decía: el marica que se siente mujer y el “maricón disimulado” que tiene apariencia de  hombre normal, pero que en realidad no es un verdadero hombre, no es un “hombre macho”( hombre macho = heterosexual ). El maricón disimulado se casa  para fingir normalidad ante los demás,  sin importarle hacer desgraciada a su mujer. Pues bien, aquí llega el momento cumbre de aquella “clase”: Mi padre, me dice,  tiene ese terrible vicio: es un “marica disimulado”. La prueba concluyente: apenas mantiene relaciones sexuales con  ella. Por si fuera poco, un día,  por la calle, lo vio saludar con un gesto a otro hombre, éste con “pinta de marica”.

También añade que mi padre tiene otro vicio más, si bien no tan grave  como  el anterior        “¿ Qué vicio es ese ?  pregunté . “Ya te enterarás cuando seas mayor”  fue su intrigante respuesta. Años más tarde, posiblemente en 1980, descubriría yo en casa, en una bolsita o carpetilla,  un papelito escrito y firmado por mi padre: una confesión arrancada años antes por y para ella en la cual él se reconocía, obligado por su mujer,  “culpable del vicio de … ¡ la masturbación !“

Para mí fue durísimo escuchar que mi padre era un “marica disimulado”. Difícil de asimilar; sin embargo, a  esa temprana edad te crees  a pies juntillas todo lo que  cuenta una madre. Tan desagradable era imaginar eso de la homosexualidad en mi padre, que evitaba como podía ese  doloroso pensamiento.  Me sentía mal y acomplejado frente a otros niños de mi entorno, cuyos padres debían ser “hombres machos”.  Sin embargo, me señaló M. D. Gómez Verdugo que ese “vicio” puede “curarse”. Depende del sujeto. Cabía, pues, la esperanza de que mi padre se “curase” algún día del aberrante vicio.

Cuando en 1991 dejé de hablar con mi madre biológica, a mis veinticinco años de edad,  aún estaba convencido de la homosexualidad de mi padre. ¡ TAN PROFUNDAMENTE CALA EN LA MENTE DE UN NIÑO LO QUE UNA MADRE LE INCULCA, PARA BIEN Y, COMO EN NUESTRO CASO, PARA MAL  !  No sería hasta el año 1992 cuando mi raciocinio  revocara esa falsa creencia, recuperando el contacto con mi padre tras muchos años,  en 1994.

Nada menos que hasta junio de 2008 mi hermana creería en la homosexualidad de nuestro padre. Sí, señores, hasta  mi reencuentro con mi hermana en 2008.  Afortunadamente, no tardé en convencerla de que era otra invención  de nuestra madre biológica,  dirigida contra el marido que injustificadamente odiaba; un infundio para inocularnos su homofobia y su odio contra él mediante una especie de “lavado de cerebro”.

Recuerdo bien el  lejano día en que María Esperanza, que debía tener unos ocho o nueve años de edad, le preguntó a nuestra madre biológica: “ ¿ Pero, papá es marica ?” Pues claro que sí, ¿ o no lo sabías ya ?, le respondió sorprendida la madre biológica. Mi hermanita rompió a llorar con amargura.

Pocos años más tarde, en 1976 o 1977, mi madre biológica me informaría de que la homosexualidad es un vicio sin curación alguna, una aberración  de la que mi padre no saldría jamás. Por si fuera poco, MARÍA DOLORES GÓMEZ VERDUGO ATRIBUÍA A LOS HOMOSEXUALES UNA DESAFORADA MALDAD INNATA. De hecho, cualquier desconocido que, a priori, le cayera mal, sería homosexual, afirmaba tajante.  Por el contrario, sólo entre las personas heterosexuales podría encontrarse algún atisbo de virtud.  Estas cosas nos enseñaba la persona que nos trajo al mundo, la misma que nos demandaría en febrero de 2008 para terminar ganando, en segunda instancia, gracias a un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca.

Nuestro padre

A esta altura del relato debiera esbozar un apunte sobre la personalidad de mi padre. Su oficio, mecánico de aviación, ha sido probablemente lo único acertado de su vida; una profesión bien pagada,  solicitada y valorada en España y en el extranjero; oficio que, siendo muy joven,  adquirió en la Escuela de Aprendices del Ejército del Aire.   

Por su  trabajo, a diferencia de mi madre biológica,  pasaba la mayor parte del tiempo fuera del hogar. En casa lo recuerdo, sobre todo,  viendo la televisión,  el fútbol.

Mi padre no era un hombre feliz;  la convivencia  con su insólita mujer le amargaba el carácter. También él  ha sido una víctima más de M. D. Gómez Verdugo, su mujer, mi madre biológica; víctima, desde luego, aunque en menor grado que sus hijos.

 Ya de adulto  le he reprochado alguna vez que tras su separación no se hubiese planteado la conveniencia de tener a sus dos únicos hijos bajo la custodia de M.D. Gómez Verdugo; más que nada por la mala influencia que ella pudiera ejercer sobre nosotros, enfrentándonos contra él  ( como así sería ) Creo que mi padre podría haber luchado por que su mujer  hubiese tenido que someterse a  un análisis psicológico, a fin de establecer si estaba en condiciones de tutelar a sus dos hijos. Porque él mismo me lo ha confesado, me consta que, por propia experiencia, él conocía  la negativa personalidad de M.D. Gómez Verdugo; sin embargo,  prefirió, sin mala fe,  ignorar la evidencia, engañándose a sí mismo. También, creo yo, por el miedo al ridículo, al “qué dirán”, un temor que caracteriza su personalidad.

Mi padre, según me ha explicado, consideraba, pese a todo, que el mejor sitio para un niño es junto a su madre. Inocente juicio de un hombre cuya posterior trayectoria vital ha dado tantas señales de una excesiva ingenuidad.

Fue en 1976 cuando mi padre se marchó de casa y alquiló, como un soltero,  un pequeño apartamento en Palma. No obstante, en los cinco siguientes años,   por brevísimos  períodos en contadas ocasiones,  regresaría a nuestra vivienda; y siempre hasta que una nueva pelea con su mujer lo devolviese a su apartamento de separado. Pese a todos los negativos prejuicios que mi madre biológica me había inculcado contra él, yo sentía pena cuando él se marchaba.  Y es que algo en mí se resistía a admitir que ese hombre fuera tan malo como M.D. Gómez Verdugo me lo pintaba.

Con sus intentos de regreso, de  “arreglarlo” con su mujer, demostraba lo incapaz que  era este hombre de ver lo evidente, de comprender  que aquello no tenía arreglo, porque el problema no era la convivencia en sí, sino la imposible personalidad de su mujer, nuestra madre biológica.

Viviendo en su apartamento de separado, una o dos veces por semana  quedaba con nosotros, sus hijos,  para llevarnos a pasear y  jugar a las máquinas. Era entonces cuando  me entregaba mi “paga semanal”, una pequeña cantidad de dinero para mis pequeños gastos.

Lo peor de esos encuentros era cuando nuestra madre biológica nos utilizaba para exigirle más dinero ( pese a que nuestro padre siempre había dado el suficiente para vivir sin estrecheces )         ¡ Qué desagradable  me era transmitirle las peticiones de mi madre biológica! Éstas incluían  sus reproches, teniendo que simular  yo espontaneidad, según las instrucciones recibidas de mi madre biológica. Supongo que el entendimiento de mi padre llegaba a comprender que nosotros, sus hijos, estábamos siendo manipulados por su mujer.

Luego  tenía yo, como hijo mayor, que soportar las preguntas de mi madre biológica, inquiriéndome con los ojos muy abiertos si le había dicho a mi padre tal o cual cosa, según sus previas indicaciones. “¿ Y no te habrás olvidado de decirle al tiñoso… ?” Les aclaro a Uds. que “el tiñoso” era el malvado personaje de la serie de dibujos animados “Érase una vez el hombre” que, a finales de los años 70, emitía RTVE. Mi hermana, como yo, influídos nefastamente por M. D. Gómez Verdugo,  nos referíamos a nuestro padre, en su ausencia,  con ese insultante apodo, sin emplear más la palabra “padre” o “papá”. ¡ Qué asco me produce hoy recordar aquello !

En alguna ocasión,  M.D. Gómez Verdugo nos obligó a dar plantón “al tiñoso”. Recuerdo cómo desde la ventana del salón veíamos  estacionado en la calle  su viejo Simca 1000 verde oliva; allí estaba él,  esperando en vano a sus hijos. Mi madre biológica miraba atenta por la ventana, con maliciosa fruición. Yo, en cambio,  lo hacía triste y resignado. 

En 1982 mi padre emigró a Australia, de donde regresaría en 1990. En 1986 decidimos mi hermana y yo romper el contacto con él, como una consecuencia más de la maligna influencia de nuestra madre biológica. A pesar de ello, nuestro padre no dejó de enviar dinero. Es increíble cómo los lazos maternos, tan estrechos,  pueden, mediante el odio y la mentira, ofuscar la mente de unos hijos y enfrentarlos contra su padre.

Nuestro padre, que reside en Torrevieja (Alicante) está hoy profundamente indignado y preocupado por la injusta condena de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca que ha caído sobre sus hijos. Para nosotros, sus hijos, ha escrito y firmado de puño y letra una declaración en la que reconoce haber sido también  maltratado psíquicamente por M. D. Gómez Verdugo durante los años en que vivió con ella. Igualmente,  está dispuesto a declarar ante cualquier instancia a favor de sus hijos, reafirmándose en su declaración escrita.

¿ ACASO NO ES UN GRAVE MALTRATO EL HABERNOS DISTORSIONADO, FALSEADO LA IMAGEN DE NUESTRO PADRE COMO HOMBRE Y PERSONA, HACIÉNDONOSLA VER POCO MENOS QUE COMO LA DE UN MONSTRUO ? ¿ NOS COMPENSARÁ A MI HERMANA Y A MÍ ALGUNA JUEZA O JUEZ  POR ESTE MAL IRREPARABLE QUE NUESTRA MADRE BIOLÓGICA, BENEFICIADA A COSTA NUESTRA POR LA AUDIENCIA PROVINCIAL DE PALMA, NOS INFLIGIÓ ?

Malos tratos psicológicos para un niño “vago”

Sería en 1973 cuando a mi madre biológica se le metió la idea en la cabeza de que yo era un “vago”; no por las tareas escolares, sino por las  domésticas. Y no es que me negase a sus peticiones de ayuda, sino que, al no ser espontáneas mis acciones, “no me salían del alma”, como ella decía. Por ejemplo, si al salir a la terraza el suelo estaba sucio, no debía  esperar a que mi madre biológica lo limpiara o me  pidiese hacerlo. Debía ser yo quien, por iniciativa propia, cogiera una escoba, etc.

Si no “salía de mi alma”,  en cualquier momento ella comenzaba a reprocharme mi supuesta pereza                    ( “vagancia” la llamaba ) y,  con el rostro desencajado, me gritaba: “¡ vago,  eres un vago, qué “flojo”  ( “flojo” es el andalucismo que significa “perezoso”) eres !”.  A continuación, corría tras de mí para soltarme unos guantazos. También completaba sus reproches e insultos con reflexiones  sobre la “vagancia” y sus nefastas consecuencias para mí en el futuro; cavilaciones del tipo “La vagancia es también un vicio. Y muchos hombres se han vuelto maricones por  vagos. Porque para no trabajar se acuestan por dinero con otros tíos. Un día te vas a hacer maricón, porque eres vago” O, más benévola, “eres como  tu abuelo                ( paterno ), que siempre ha sido un vago, aunque no maricón”Lo llevas en la sangre”.

Estos reproches, insultos, etc. se producían en ausencia de mi padre. Al regresar  éste del trabajo mi madre biológica le informaba a menudo de lo vago que era su hijo, obteniendo ella de él una mirada anuente, mientras  que yo aún recibiría algún reproche paterno. Muchos años después, a partir de 1994, he tenido ocasión de conocer mejor a mi padre.  Digamos que, por la inconsciente ingenuidad que hoy le reconozco, puedo entender que él no llegara a comprender  todo lo que pasaba en su casa.

En aquellos lejanos años yo sentía una angustia, una desazón enorme  porque era consciente de que mis supuestas omisiones ni se debían a la  mala fe ni eran por pereza. Y es que yo no me consideraba vago.  Lo que a mi madre biológica le parecía sucio o desarreglado no siempre me lo parecía a mí. Y aquellos reproches tan frecuentes, aquellos tirones de pelo, guantazos, insultos por “ser vago”,  durarían, más o menos, unos tres años. Pero sus arrebatos de ira, su violencia, continuarían muchos años más. ¡ Cuántas veces he llorado y he sufrido por toda  aquella violencia física y emocional !

La violencia física  se materializaba en bofetadas, tirones de pelo, correazos… La emocional o psíquica, en insultos a gritos o  reproches desatinados; pero también valía cualquier forma, con tal de herirme emocionalmente, como en el  siguiente suceso:  Sería en 1974 o 1975 cuando mi padre,  pese a que vivíamos en un ático, tuvo la ocurrencia de regalarnos  un conejo de corral. Mi hermana, que era aún muy pequeña, apenas mostraba interés por el animalito. Era yo quien pasaba más tiempo junto al simpático orejudo, jugando con él, acariciándolo, etc. Tras algunas semanas, conociendo mi madre biológica el cariño que yo sentía por el inocente animal, lo  utilizó para castigarme, una vez más por “mi vagancia”. Me lo quitó anunciándome que, como castigo por “flojo”, se lo llevaba a la  propietaria de la casa, que vivía dos pisos más abajo, “para que se lo coma”. Treinta y cinco años más tarde recuerdo perfectamente lo mucho que lloré aquel día por el infeliz animalito. Nunca lo olvidaré.

Sería en 1976 cuando dejara de ser “vago” a los ojos de mi madre. Ya por entonces, al terminar de comer, me dirigía como un rayo a la cocina, a fregar los platos, conteniendo las  ganas de ir al servicio a  orinar, no fuese que M.D. Gómez Verdugo  lo interpretara como una falta de “iniciativa propia”, como un signo más de mi “vagancia”. No tengo la menor duda de que así hubiera sido.

¿ Narcisismo, egocentrismo ?

Nunca la escuché hablar bien de otra persona. Y si parcialmente  lo hacía, siempre encontraría en el sujeto ( tendero, vecina, padres de mis amigos de juegos, compañeros de trabajo de mi padre y sus esposas, etc. ) algún grave defecto que destacar. No es raro hallar tanta imperfección en los demás cuando se  tiene tan elevado concepto de sí mismo… No sólo se autocalificaba como la mejor madre del mundo, sino como una “persona perfecta”. Y a lo largo de los años siempre lo repetiría,  insistiendo machaconamente en su perfección,  no sólo física sino, sobre todo, moral. Para terminar siempre con la coletilla “sin falsa modestia”.

En 2008 mi hermana me contaría una anécdota, a este propósito muy reveladora,  sobre el altísimo concepto que M.D. Gómez Verdugo tiene de sí misma,  y que enseguida les voy a contar.

Según ella misma, M.D. Gómez Verdugo no habría conocido más hombre que nuestro padre. Tras separarse en 1976 de su  marido, a los  33 años de edad,  extrañamente no mostraría   durante décadas interés alguno por conocer otro hombre; hasta treinta años más tarde, en  2006 , a los 63 años de edad.

A estas alturas de su vida impondría una condición al pretendiente: que no fuera  español, porque de los españoles “no se fía”; ha de ser europeo, preferentemente alemán. Ella chapurrea algunas palabras y frases en ese idioma; de cuando muy joven, en 1962, con 19 años, había emigrado a Alemania, donde viviría hasta mayo de 1970.  

Un buen día va y se anuncia en la sección de clasificados de la prensa alemana de Mallorca. Así conoce a un par de pretendientes teutones, bastantes más jóvenes que ella. No puede ser de otra forma,  pues, como le dijo en cierta ocasión a mi hermana, “Qué asco me daría besar a un hombre mayor, de cincuenta y tantos años o de mi edad”. Por ella pasarían unos tipos, todos alemanes,  que, tras brevísima relación de una o dos semanas, la dejan sin explicación mediante. Estos abandonos le resultan incomprensibles. Mi hermana  María Esperanza le argumenta que ello no es imposible,  poniéndose ella misma como ejemplo; pues, como a tantas personas les sucede,  en cierta ocasión salió  con un hombre que, tras breve tiempo,  acabó por dejarla. “A ti sí te puede ocurrir,  porque  tienes ese mal carácter y eres así como tú eres, tan imperfecta; pero a mí, no. Porque soy una mujer perfecta. ¿ Qué hombre de verdad no desea una mujer perfecta ?” le replicaría en 2006 a mi hermana nuestra madre biológica, “la mujer perfecta”.

Su “perfección” choca con la imperfección de los desgraciados que viven con ella. Todos los actos y decisiones de esta mujer serían siempre acertados. Nunca admitirá M.D. Gómez Verdugo un error propio. Si algo sale mal, la culpa es de sus hijos, sobre todo del mayor… Pero claro, como ella es tan buena, a veces les hace caso, luego salen mal las cosas, y entonces la culpa es del hijo mayor, de José, “del niño”, sobre quien vomitará ella la catarata de reproches, gritos,  insultos, tirones de pelo, bofetones…

 En 2006 viviría M. D. Gómez Verdugo en un piso de Palma, con mi hermana; María Esperanza era la única persona que trabajaba y  mantenía el hogar. Pese a ello, no permitía la madre biológica que su hija María Esperanza, a la sazón de 36 años de edad, dispusiera de llave de la vivienda común. Sólo nuestra madre biológica, “una persona perfecta”,  tenía siempre el exclusivo derecho a poseer llave de la vivienda. Y eso lo sé   muy  bien, pues hasta los 22 años conviví bajo el mismo techo con ella y con mi hermana. Tampoco yo tenía derecho a recibir una llave de mi casa. Mis amigos, aun después de tantos años, lo recuerdan.

Málaga, 1976

Nuestra madre biológica nunca se encontraba a gusto en la ciudad, región, o país en que residiera.  Propiamente,  no soportaba el carácter de las gentes del lugar.  En 1976 llevaba  años criticando con dureza el carácter de los mallorquines, atribuyéndoles todo tipo de defectos. Y cada dos por tres expresaba el deseo de regresar a su tierra natal, a Andalucía, una región, según ella, de gente maravillosa ( luego cambiaría de opinión ). Estaba harta, decía,  de Mallorca y de los mallorquines.  E incluso decía echar de menos Alemania y  los alemanes, mucho mejores que los mallorquines. En este punto recuerdo a mi padre reprocharle: “¡Pero si eras tú la que estaba harta de Alemania y de los alemanes, eras tú quien me insistía en regresar a España!”. Recordaba  mi padre que él estaba bien en Alemania y que, sin la insistencia de su mujer, hubiésemos seguido viviendo en Múnich.

En 1976  se le ofreció  a mi padre la oportunidad de trabajar en la base que su compañía aérea, Spantax, tenía en Málaga. Aprovechando esa ocasión,  en la primavera de aquel año, mi padre dio la entrada para un piso a estrenar en la periferia de aquella ciudad andaluza, adonde nos trasladaríamos aquel mismo verano.

Ya en Málaga,  paseando una tarde mi madre biológica, mi hermana y yo,  llegamos  a una plazuela muy animada: adultos con sus hijos, columpios, muchos niños jugando... Nuestra madre biológica se sentó en un banco, junto a  otros adultos.

 María Esperanza y yo comenzamos a jugar al escondite con los niños. Cerrando los ojos, me puse a contar para que los demás niños se escondieran. No termino la cuenta cuando oigo  gritos: María Esperanza acababa de ser atropellada por un niño en bicicleta. Llorando yacía mi hermanita en el suelo, y sangraba por la nariz; sin embargo, era una pequeña hemorragia, algunos rasguños y poco más. Nuestra madre biológica acudió histérica, a  gritos, y, tras levantar y  limpiar a mi hermana,  cargó contra mí, con reproches e insultos, en presencia de los curiosos que se habían acercado a mirar. Ella entendía que yo, de 10 años de edad, debía haber vigilado en todo momento a mi hermana, de seis. Muy alterada  repetía lo  tonto que yo era por  haber contado con los ojos cerrados, por no haber hecho trampas en el juego. “Todos los niños hacen trampas; no como tú, qué eres tonto”, me repetía una y otra vez. “¡ Por eso han atropellado a tu hermana, por tu culpa !Inútil mi intento de explicarle  que  la gracia del juego está en no hacer trampas. “Eres tonto, sólo sirves para dar disgustos a tu madre…” En definitiva, yo tenía, por “tonto”,   la culpa del atropello a mi hermana. Y como siempre, recibí un aluvión de  reproches cargados de insultos, cada vez más violentos, para luego, quizás una hora después ( los enfados de esa mujer eran interminables ) soltarme unos guantazos. Incluso años más  tarde me recordaría M. D. Gómez Verdugo mi  “culpa” en el atropello a mi hermana.

Una constante en la personalidad de M. D. Gómez Verdugo es no reconocer jamás una equivocación propia, excepto la de su matrimonio.  Si algo indeseable ocurría,  jamás sería ella la responsable;  siempre serían otros los culpables, generalmente yo, el hijo mayor. Y me  recordará  “la culpabilidad”, machaconamente, una y otra vez, durante semanas, meses e incluso años.

No tardaría nuestra madre biológica en descubrir “lo mala que es la gente de Málaga”. Incluso mucho peor que los mallorquines.  “Los malagueños son otra casta, nada que ver con los sevillanos”La mejor gente es la de Sevilla” repetiría con frecuencia... hasta que en 1984 opinara todo lo contrario, como verán más adelante.

Al final de aquel verano de 1976, por “culpa” de “la mala gente de Málaga” decidió abandonar aquella ciudad andaluza, llevándonos  consigo  de regreso  a Mallorca,  a un “mal menor”; y al barrio palmesano del   Coll de’n Rabassa regresamos, al mismo ático donde habíamos vivido desde 1973 y donde seguiríamos  hasta mayo de 1978.

En el verano de 1980  volvimos a Málaga,  únicamente    para vender aquel piso. En esta ocasión nos acompañó nuestro padre; y los cuatro nos alojamos en un hotel de Torremolinos. Recuerdo que  nuestro padre y madre biológica no se entendieron bien  con los compradores, un matrimonio bastante mayor que ellos. La mañana de la operación de venta, realizada en un ambiente tenso  ( no recuerdo el motivo de aquella hostilidad ),  tras salir del despacho del notario, ya en la calle, el comprador y su mujer les espetaron con crudeza ,     “¡Qué pena nos dan sus hijos!”, como queriendo decir  “ ¡ qué padres  les ha tocado a estas dos pobres criaturas !”. La frase me sorprendió por su descaro. Y me dolió, porque, en el fondo, reconocí a mis catorce años que algo de verdad había en las insolentes palabras de aquellos extraños.

Mayo de 1978

En la primavera de aquel año  mi padre pagó la  entrada para comprar un piso nuevo, a estrenar,  en el complejo llamado “Residencial Don Jaime”, situado en el  Polígono de Levante, en la periferia de la ciudad de Palma de Mallorca. Allí, a una vivienda nueva, moderna, más espaciosa y confortable nos mudamos a finales de mayo de 1978. En el Coll de’n Rabassa quedaron mis amigos de juegos; pero previamente, antes de la mudanza,  yo les  había dicho  la ubicación de mi nuevo domicilio.

 Una buena mañana, tras semanas sin verlos,    llegaron al Polígono de Levante en bicicleta cuatro o cinco amigos míos desde el alejado barrio del Coll de’n Rabassa, para verme. Al ignorar la ubicación exacta de mi vivienda, empezaron en la calle a llamarme a gritos. Desde nuestra vivienda de la segunda planta, por la persiana del lavadero, podía verlos dando vueltas con sus bicis. “¡ José !   ¡ José Braojos ! repetían a gritos insistentemente. Mi madre biológica, allí presente, se puso histérica conmigo: “¿ Cómo se te ha ocurrido decirles a los niños donde vivimos ? ¡ Ni se te ocurra asomarte ! ¡ Que no te vean!”  ¡Qué amarga sensación de impotencia y frustración sentí! ¡ con lo que hubiese deseado  salir al encuentro de mis viejos amigos ! Y menudo enfado cogió  M.D. Gómez Verdugo. De esos cabreos interminables, con su rostro desencajado, profiriendo  reproches e insultos que culminaban, después de interminables minutos, incluso horas, en unos cuantos bofetones. Mi “delito” era haberles revelado a mis amigos del Coll de’n Rabassa nuestra nueva dirección, la calle y el bloque de viviendas; pero  díganme Uds. ¿ qué había de malo en ello ?

Desde que por primera vez, a mis seis o siete años de edad, mi madre biológica me mandara a la tienda por algún recado,   siempre me había advertido seriamente: “Si el tendero o la dependienta te pregunta de dónde son tus padres, nunca se lo digas. Y mucho menos les digas dónde vivimos”

Para M.D. Gómez Verdugo todo lo relacionado con mi familia, su origen, el trabajo de mi padre y el domicilio, era un secreto que nunca debería ser revelado a extraños. Una cosa es la discreción y otra el  celo exagerado en mantener secreta nuestra identidad; un innecesario sigilo que  yo debía guardar hasta extremos absurdos, como en el episodio que acabo de contar.

Bofetones retroactivos

A medida que iba haciéndome mayor, menos fácil le resultaba  a mi madre biológica descargar sobre mí su violencia física; con 14 años  era tan alto como ella, y cuando me perseguía para zurrarme, a veces provista de un cinturón,  era yo más rápido. Cuando me alcanzaba, oponía yo mis brazos entre sus manos y mi rostro para evitar los guantazos. Digamos  que no estaba por la labor de dejarme zurrar. 

Una tarde, tras unos días de calma, sin previo aviso y a traición me soltó un sonoro y fuerte bofetón. Yo la miré asustado. ¿ Pero qué habré hecho yo ahora? me pregunté. “Esto es por haberme respondido mal el otro día. Como no te dejaste pegar, ahora has recibido tu merecido. Porque yo no olvido” me explicó con una maliciosa sonrisa. Entre los 14 y  los 17 años de edad recibí estas bofetadas alevosas y a traición. Bofetones retroactivos podríamos llamarlos.

 Parece que el destino, cruelmente, hubiese esperado hasta el año 2009 para, en relación a mi madre biológica, depararme su más  dañina retroactividad. El postrero y más doloroso “bofetón retroactivo”, recibido a mis 43 años de edad, es   la sentencia de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca, de fecha 20 de julio de 2009, que nos condena a mi hermana y a mí a pagarle DESDE FEBRERO DE 2008 ( cuando M.D. Gómez Verdugo interpuso la demanda contra nosotros )  una  “pensión por alimentos”. Yo no sabía que la máquina del tiempo estuviera ya inventada, ¿ y Uds. lo sabían ? De facto, aunque no lo diga expresamente,  es ésta una condena retroactiva, al obligarnos a mi hermana y a mí, en perjuicio nuestro,  al pago de la “pensión por alimentos”  desde un año y cinco meses antes de ser dictada.

 Sin embargo, les aseguro a Uds. que está empíricamente demostrado que  desde febrero de 2008 hasta el 20 de julio de 2009, fecha de la condena,  nuestra madre biológica no dejó de comer “alimentos”.

Por consiguiente, a fecha de octubre de 2009 debo yo solito  unos 9000 euros, costas incluídas. Y eso pese a que, insisto,  está demostrado que en ese año y medio ella comió, se vistió y tuvo techo… ¡ techo a cuenta de mi hermana, como se verá  !  ¡ Y el tribunal de la Audiencia de Palma de Mallorca no ha considerado estas evidentes y probadas realidades !  

Un tremendo  “bofetón retroactivo” de la madre biológica contra nosotros, sobre todo contra mí,  que después de muchos años ha conseguido atizarme M. D. Gómez Verdugo gracias a la inestimable e imprescindible ayuda de una jueza de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca.  Me parece bien que la Justicia sea ciega, pero ¡ tanto ! Veremos si sobrevivo a  este cruel  “bofetón retroactivo”, el más devastador en lo económico y emocional, de cuantos he recibido en mi vida.

El viaje a Múnich en agosto de 1981

M.D. Gómez Verdugo había emigrado a Alemania en 1962, donde trabajaría de operaria en la empresa Siemens, en Múnich. Allí estuvo empleada hasta que en 1965 se casó con quien sería nuestro padre. Años más tarde se lamentará ante nosotros, sus hijos, de haber conocido a su marido, por cuya culpa, según decía, tuvo que dejar su trabajo en Siemens, donde,  según ella, se encontraba muy bien. M.D. Gómez Verdugo sentía que su matrimonio le había arrebatado su juventud y su  puesto de trabajo en Siemens. Pese a ello, en Mallorca nunca mostraría intención por buscar un empleo, si bien en los años 80 se apuntaría al INEM con el único objeto de acceder a los cursillos de alemán que el Instituto Nacional de Empleo ofrece a los desocupados.

En el verano de 1981 se le ocurre la idea de volver a la fábrica de Siemens, en  Múnich. Así fue como  en agosto nos alojaríamos durante dos semanas en un pequeño y céntrico hotel de la ciudad alemana. En aquellos días M.D. Gómez Verdugo hizo, en vano,  gestiones y alguna entrevista para ver si, dieciséis años más tarde, la readmitían en Siemens.

Yo había nacido en Múnich, en 1966, y desde 1970 no había regresado a aquella bella ciudad. El viaje de 1981 fue para mí, aparte de los desagradables momentos con mi madre biológica, una grata experiencia, porque  descubrí la belleza de la ciudad que me vio nacer.

A menudo almorzábamos en un sencillo restaurante típico situado en la principal arteria comercial del centro de Múnich. Nos gustaba el ambiente y la comida del establecimiento. Sin embargo, a los ojos de mi madre biológica  cometí  allí un “terrible delito”:  se me ocurrió nada menos que elogiar ante ella la exquisitez del plato de carne y pasta que estaba comiendo. Mi madre biológica interpretó este elogio como una crítica solapada, como una afrenta contra sus capacidades culinarias. “¿Pero cómo tienes la desvergüenza de decir, delante de tu madre, que esta comida es exquisita? ¿ Es que vas a comparar la comida de tu madre con la de fuera ? ¡Canalla, desagradecido!

 En vano sirvieron mis intentos de explicarle que yo no estaba comparando nada ni a nadie, y que ella era la mejor cocinera del mundo, que su comida era la mejor;  pero que, no obstante, la comida del local me parecía sabrosa, igual que a  mi hermana y a ella misma ¿ O acaso no frecuentábamos el restaurante por ese motivo? De nada sirvieron mis razones, mis disculpas.

Tras abandonar el local nos dirigimos a visitar el Palacio de Nimphenburg, en la periferia de Múnich. Todo el camino hasta allí, fuera a pie o en  tranvía, no paró ni un minuto de reprochar mi “desagradecido” comentario. Fue mi particular calvario de aquel día. Cuando llegamos a los jardines del Palacio, M.D. Gómez Verdugo culminó su arrebato de cólera soltándome un par de guantazos. Y siguieron los reproches e insultos.

Me pregunto qué habremos hecho mi hermana y yo para merecernos a esa madre, una mujer que durante décadas nos infligiría la violencia de sus injustos castigos, culminando éstos, en definitiva,  en la reciente condena dictada por un tribunal  de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca.


Año 1983 :  “No me pegarás más”

En octubre  de 1982 nuestro padre emigró a Australia.  Desde hacía años sus encuentros con mi hermana y conmigo se limitaban a esas pocas horas, generalmente el fin de semana. En ellos nunca le mencionamos los arrebatos coléricos e injustificados  que  nuestra madre biológica descargaba, sobre todo, contra mí. Y no lo hicimos porque, pese a todo, aún creíamos  que el “malo” era él, nuestro padre, “el tiñoso”. Yo achacaba el amargo y violento carácter de M. D. Gómez Verdugo  al sufrimiento que ella habría padecido por culpa de su marido, nuestro padre. Una creencia fruto del  “lavado de cerebro” al que mi hermana y yo habíamos sido sometidos durante años por nuestra madre biológica.

También atribuía yo esos feroces arrebatos  de M.D. Gómez Verdugo a la ausencia de un hombre, del calor de  un compañero. Una ausencia que, en una mujer aún joven, habría amargado su carácter. Pero lo cierto es que  ella no mostraría interés alguno por los hombres hasta cumplir 63 años de edad, hasta el año 2006.

 Todavía a mis casi 17 años de edad, a finales de 1982 o inicios de 1983, tuve que soportar los bofetones, tirones de pelo y correazos de mi madre biológica, aguantar la violencia física que  aún ejercía sobre mí.  

Una tarde, estando en casa,   se acercó  para zurrarme; esta vez,  en lugar de huir, alteradísimo,  levanté amenazante mi brazo, sin llegar a tocarla : “Tengo casi 17 años y  no me vas a pegar  más. Como me pegues, te pego” le advertí. Debió tomarme en serio, porque  entre insultos retrocedió. Y no me pegó.


Arrancando confesiones escritas  

Sin embargo, me pidió a gritos, con el  rostro desencajado, que le escribiera y firmara en un papel, a  modo de confesión,  haberla amenazado levantando mi  brazo; además,   tendría yo que expresar mi arrepentimiento por escrito, solicitando su perdón. Lejos de acceder a su deseo, me mantuve firme y no cedí; no escribí ni firmé lo que me pedía.

Me acuerdo bastante bien de aquella penosísima escena: yo, alteradísimo, con un nudo en la garganta y llorando; ella, con el rostro desencajado, dando vueltas por el salón, tirándose de los pelos: “Lo tienes que escribir, canalla. Levantarle el brazo a tu madre… ¡ Eres un canalla, etc!”  Pero no cedí.  

La idea de arrancar confesiones, mediante el chantaje y la infusión de miedo, ya la habría aplicado años atrás contra mi padre en aquella  absurda y grotesca confesión escrita,  referida algunos párrafos anteriores, en  que mi padre se declaraba “culpable del vicio de la masturbación”.

Años más tarde, según he sabido por mi hermana María Esperanza, arrancaría de ésta confesiones similares a la que pretendió obtener de mí. Mi pobre hermana acabaría cediendo al chantaje emocional y al miedo que su madre biológica le infundía.

 En mayo de 2008, durante el juicio al que María Esperanza se vio obligada para desahuciar a M. D. Gómez Verdugo, juicio del que luego hablaré brevemente, nuestra madre biológica sacaría aquellos infames papelotes, presentándolos ante el Tribunal como confesiones, como pruebas del maltrato que mi hermana le habría infligido a ella.  Por cierto, ¿ dónde se ha visto a un “maltratado” acosando y consiguiendo de su “maltratador”  confesiones de arrepentimiento ? Estamos, señores, ante el colmo del maltratador, que es presentarse como maltratado.  Afortunadamente, mi hermana ganaría aquel procedimiento de desahucio. Al  menos una vez se ha hecho justicia.

Sevilla, 1983-84:  Hipocondría  y malos tratos psicológicos

Les recuerdo que una constante en la  personalidad de nuestra madre biológica  es  su incomodidad en cualquier ámbito geográfico donde residiera. No sólo con los vecinos, sino con los naturales del lugar, fuesen éstos alemanes, mallorquines, malagueños… ¡ Hasta  sevillanos !

M.D. Gómez Verdugo se había pasado toda la vida loándonos las  excelencias de su tierra y sus gentes. Una mujer que se considera perfecta, no podía sino haber nacido en un lugar perfecto.

La idea de regresar  a Sevilla le rondaba desde 1975, más o menos. A final de septiembre de aquel año  llevaría a sus dos hijos  a esa ciudad,  en un breve viaje con el ánimo de reencontrarse con su hermano, nacido en 1942. Pero no lo encontró allí, pues él se encontraba en Suiza, adonde había emigrado años antes. Hacía mucho que M. D. Gómez Verdugo había perdido el  contacto con su único hermano, Eugenio,  estando ella  aún soltera.

 

Una  mañana de primavera de 1977 llamó inesperadamente al timbre de casa  un hombre moreno y barbudo, de estatura media y delgado, de unos treinta y cinco años de edad. El desconocido resultó ser nuestro único tío materno, Eugenio,  quien,  tras quince años sin contacto alguno con su hermana, se presenta en nuestra casa para reencontrarse con ella. No recuerdo cómo averiguó nuestra dirección. Eugenio, que residía en Suiza,  se encontraba pasando unos días en Sa Pobla, en casa de un amigo mallorquín  que había conocido trabajando en Ginebra. Aprovechó, pues,  su breve estancia en la isla  para reencontrarse con su hermana.

Al reconocerlo, nuestra madre biológica se alegró muchísimo. Se abrazó a él y comenzó a llorar de emoción.  El inesperado encuentro fue para ella una gran alegría. Sin embargo, ésta no le duraría mucho tiempo; porque cuando, pocos meses más tarde, volviera Eugenio, acompañado de su mujer y su hijita  de 6 años, para pasar unos días de vacaciones de verano en nuestra casa, M.D. Gómez Verdugo mudaría su afectividad inicial por una suspicacia, recelo y desapego absolutos. Sólo vería en su hermano defectos, y, sobre todo, en su cuñada. Únicamente su pequeña y risueña sobrina, nuestra primita María Eugenia,  se libraría de sus destructivas críticas. Recuerdo cómo, en ausencia de ellos, me los denostaba con acritud. Yo apenas era un niño de once años que encontraba exageradas sus críticas, aunque me las creía. Mi madre biológica ya me calificaba a su hermano de “calzonazos”. Desde entonces, ella no emplearía más la palabra “hermano” A partir de ahora se referiría a él como “el pariente”.

Un suceso muy significativo: el día en que, tras sus vacaciones mallorquinas,  mi tío Eugenio y su familia esperaban la salida de su vuelo de regreso a  Suiza, salió  de casa mi madre biológica tras ellos; y tras encontrarlos en el aeropuerto, para sorpresa de mi tío, les entregó los  embutidos que él  y su mujer habían comprado y que,  por  no haberlos consumido, habían dejado en nuestra nevera. Mi madre biológica, siempre suspicaz y malpensada, al haber encontrado aquella mañana  los embutidos en el frigorífico,  los interpretó como un signo de desprecio hacia ella por parte de su hermano y su cuñada; como si éstos hubieran pretendido decirle: “quédate eso, muerta de hambre y cómetelo”. M. D. Gómez Verdugo había interpretado aquella intranscendencia  como un gravísimo insulto hacia su persona.

 Huelga decir que los contactos con su único hermano, nuestro tío Eugenio,  serían casi inexistentes en los años posteriores. Y las escasas veces que se produjeran, serían siempre con el ánimo de M. D. Gómez Verdugo de obtener algo,   no para disfrutar de su fraternal compañía. Su hermano, despectivamente “el pariente”,  no sería  ya digno del afecto de una mujer que se autoproclama perfecta “sin falsa modestia

En diciembre de 1980 M. D. Gómez Verdugo nos llevará durante una semana a Sevilla, alojándonos en un céntrico hotel de la ciudad. Ahora, a  mis catorce años,  pude apreciar mejor que en 1975 las bellezas arquitectónicas y el encanto de las  plazuelas y jardines sevillanos. La ciudad me gustó tanto que aquellos días  les transmití a mi hermana y a nuestra madre biológica la admiración y entusiasmo que la bella capital andaluza producía en mi ánimo. A María Dolores Gómez Verdugo le agradó aquella euforia mía por su ciudad natal; además, parecía sentirse muy bien en Sevilla. No recuerdo que me amargase aquellos días con sus habituales gritos, insultos y bofetones, resultados inevitables de su maligna suspicacia.

Esta experiencia positiva me indujo a creer que vivir en Sevilla atemperaría el inaguantable carácter de aquella mujer; que cesarían los malos tratos. Pero es que, además, la ciudad me gustaba mucho. Desde entonces, yo quería abandonar Mallorca y trasladarme a aquella hermosa ciudad que nos haría felices, sobre todo a nuestra madre.

En la primavera de 1983  terminé el Bachillerato Superior (B.U.P.) en el Colegio San Agustín de Palma de Mallorca. Hacía meses  que en casa hablábamos de abandonar Mallorca, la tierra que tanto desagradaba a mi madre, e irnos  a vivir a Sevilla. Mi hermana, entonces de 12 años, y yo, recién cumplidos los diecisiete, estábamos ilusionadísimos con la idea del cambio.  

A mi ilusión de residir a Sevilla contribuía el hecho de imaginar que  allí lograría  lo que en Mallorca no había conseguido:  salir con una chica, tener una novia, encontrar en el amor la evasión a mis problemas familiares. Yo era entonces un joven sumamente  tímido y apocado con el sexo femenino, pese a que me gustaban las chicas. Las pocas veces que me atreví a pedirle  a una para salir recibiría siempre la negativa por respuesta. El ambiente familiar marcado por mi madre había hecho de mí un joven triste y acomplejado. Yo creo que  las chicas percibían esa impronta en mi aspecto, que  no era otra que  la marcada por mi madre, confiriéndome ese aire tristón, apocado y ligeramente cheposo,   poco atractivo para el sexo femenino.

Como les he contado, desde mayo de 1978 vivíamos en el conjunto llamado “Residencial Don Jaime”, en el Polígono de Levante. Allí residimos sucesivamente en dos pisos hasta que abandonamos la Isla para irnos a vivir a Sevilla, en septiembre de 1983. Sí, he dicho “en dos pisos”, porque al no estar mi madre biológica satisfecha con el primero,  que daba a la calle Ciudad de Querétaro ( muy ruidosa para su criterio ) forzaría a mi padre, un año y pico más tarde, a permutar esa vivienda por otra más alta ,  en otro bloque del mismo recinto, más alejado de la calle;  un piso muy similar al anterior, espacioso y confortable, que hoy , en el momento en que escribo estas líneas,  poseería mi madre en propiedad si no fuera porque lo vendió y por la manera desquiciada en que durante décadas ha conducido su vida, arrastrando a sus atribulados hijos ( víctimas hoy de la sentencia de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca ) con sus numerosas y absurdas mudanzas a pisos de alquiler. Por eso, M.D. Gómez Verdugo no posee hoy vivienda alguna.

Aquel buen piso se lo vendió a un policía nacional,  natural de Sevilla. El hombre, extrovertido y simpático, intentó congraciarse con su paisana, mi madre biológica; pero de nada le sirvió su cordialidad. No sé por qué inexplicable razón le cayó  tan mal aquel señor. María Dolores Gómez Verdugo nos decía que tenía pinta de marica ( a mí no me lo parecía ), dejándose, una vez más, arrastrar  por su odio, por su homofobia.

La venta del piso se realizó  en un ambiente más desagradable aún que en Málaga, tres años antes;   entre críticas del enojado comprador contra mi madre biológica, en presencia del notario. Han pasado desde entonces muchos años, veintiséis; y no recuerdo bien los reproches del comprador, de aquel policía nacional que mi madre tomaba por marica; pero  la indignación del hombre debía estar justificada,  resultado, como siempre,   de la insana y grosera suspicacia de M.D. Gómez Verdugo.

 En septiembre de 1983 llegamos a Sevilla mi madre biológica, mi hermana y yo. Lo primero era encontrar una vivienda y, luego, los centros escolares. Uno de los rasgos de la personalidad de mi madre biológica es la  hipocondría, un temor exagerado a contraer enfermedades, miedo a los microbios, etc. Cuando partíamos de viaje, llevaba consigo en la maleta un pequeño bote de alcohol  o agua oxigenada que, tras vaciarlo previamente,  había rellenado con lejía a fin de aplicarla para “matar microbios”, nada más pisar la  habitación del hotel, como hizo en Sevilla, en el cuarto de baño.

Entre los  episodios hipocondríacos que podría referir les revelaré aquí uno, el más grotesco y elocuente,  ocurrido durante aquel periplo: Caminábamos mucho por la ciudad, buscando un piso de alquiler. Era septiembre y  todavía hacía mucho calor en Sevilla, por lo que bebíamos mucha agua.  Cuando, encontrándose en la calle,  lejos del hotel, le entraban a M. D. Gómez Verdugo ganas de orinar, en vez de acudir  un bar próximo, entraba en el portal de cualquier edificio y, en algún sombrío rincón,  generalmente detrás de la escalera, orinaba directamente en el suelo ( sólo orinaba ) Esto me sacaba de quicio, haciéndome sentir mucha vergüenza e inquietud. Mi hermana, de casi 13 años, más sometida que yo a su nefasta influencia, no decía nada; yo, en cambio,  no podía callarme, reprochándoselo a mi madre biológica, advirtiéndole que en algún momento alguien la pillaría,  y  que tendríamos un problema. Ella argumentaba, molesta,  que no iría a un bar por miedo a “pillar una enfermedad”. Afortunadamente nunca la sorprendieron orinando.

Finalmente, alquilamos un piso en un bloque de edificios de la sevillana barriada de  La Carrasca,  no lejos del cementerio.  Mi hermana sería matriculada en un centro escolar próximo, mientras que yo conseguiría una plaza en el Instituto de Enseñanza Media Martínez Montañés, casi en el otro extremo de la ciudad. Allí  estudié el Curso de Orientación Universitaria (C.O.U) y en Sevilla realizaría la prueba de selectividad o acceso a la Universidad, en la que obtuve una puntuación más mediocre que excelente.

 No residiríamos mucho tiempo en Sevilla, sólo 15 meses, hasta enero de 1985.  Los sevillanos, en general,  habían pasado a convertirse en gentuza para M. D. Gómez Verdugo; mucho peor que los  denostados mallorquines, después de todo, ahora no tan malos.

Uno de los episodios de maltrato más bochornosos que he sufrido ocurriría en Sevilla, a finales de 1983. Cierta mañana tuvimos que acompañarla mi hermana y yo  a un  hipermercado a las afueras de la ciudad.  Aquel día el autobús iba casi lleno. Nosotros viajábamos de pie, en la parte trasera del vehículo, sin recordar exactamente la parada del  hipermercado. En un momento dado el autobús se detuvo. Me pareció  nuestra parada; pero, al no estar seguro, vacilé unos instantes en decidirme: “Es la nuestra”, exclamé equivocado. Y justo cuando mi hermana se apeaba del autobús, se cierra la puerta de salida, atrapando consigo a María Esperanza. No le ocurrió absolutamente nada a mi hermana, salvo un pequeño susto. La madre biológica  se puso histérica, furiosa, reprochándome a gritos que “yo tenía la culpa”. Reproches que dieron paso a desaforados insultos de la bajeza más sórdida.

Se suponía que yo era el más capaz de los tres para orientarnos y, sin embargo,  me había equivocado. Para M. D. Gómez Verdugo  yo habría cometido el delito de equivocarme de parada, provocando que la puerta del bus se cerrara atrapando a María Esperanza.

Pocos minutos mediaron entre esa parada y la siguiente, la del hipermercado. Los gritos de mi madre se oían en todo el autobús. Llegados  a la parada correcta, ya fuera del vehículo, caminaba yo por delante; tras de mí, a pocos pasos, mi hermana y mi madre biológica, increpándome ésta a gritos, desgarradamente, profiriendo irreproducibles insultos. La escena se desarrollaba  bajo la perpleja mirada de los viajeros del bus, que, contemplando el penoso cuadro durante algunos segundos,  clavaban en mí su mirada compasiva y de indignación.

Del arsenal de indignidades  al que  recurrió a gritos, extrajo  perlas como: “ Lo haces para darme disgustos. Un día te harás maricón, lo llevas en la sangre, malnacido, canalla, etc. “  Jamás en la vida  olvidaré la expresión en los  rostros de aquellos perplejos viajeros aferrados a las ventanas del autobús, mirándome compasivamente hasta que el vehículo se alejó. Ni remotamente podía alguno de aquellos pasajeros suponer que veinticinco años más tarde ese maltratado, cabizbajo y entristecido joven sería condenado por un tribunal  de Mallorca a pagarle a la chillona maltratadora una pensión, incluso con carácter retroactivo. ¡ Quién entonces podría haber imaginado  semejante barbaridad !

Destrozando mis cintas de Beethoven

Otro maltrato que no olvidaré  jamás fue destrozarme en mi presencia, durante uno de sus iracundos cabreos domésticos,  algunas de mis cintas de música, de mi querida colección de sinfonías de Beethoven de la Deutsche Grammophon, obras interpretadas en los 60 por la Filarmónica de Berlín y dirigidas por Von Karajan; cintas de casete  que yo había ido adquiriendo desde los  15 años de edad, cuando comenzara a interesarme por la música clásica. De hecho, era en aquellos tiempos  el  único estilo musical  que me interesaba, llegando a reunir una colección de cintas vírgenes con grabaciones del programa  “Clásicos Populares” de Radio Nacional de España, además de las mencionadas  cintas de mi admirado Beethoven que yo había ido comprando gracias a los ahorrillos de las pagas semanales de mi padre.

Este gesto  esporádico,  hacerme daño rompiendo mis objetos apreciados,  los repetiría nuestra madre biológica muchos años más tarde; sería entonces contra la persona de mi hermana adulta,  desgarrándole sus prendas de vestir preferidas, según he sabido por boca de mi pobre hermana María Esperanza  ¿ Pero a qué juez o jueza le importarán nuestras miserias  del pasado ?

Regreso a Mallorca, enero de 1985

Ahora quería M.D. Gómez Verdugo volver a Mallorca. Ya no denostaba a los mallorquines;  después de todo, ahora “no eran tan malos”, y la isla ofrecía mejores cosas que Sevilla. También mi hermana y yo deseábamos regresar a Mallorca, a la Isla donde habíamos pasado la mayor parte de nuestra vida.

También  yo extrañaba a mis amigos de la escuela; buenas personas que, aún hoy, veinticinco años después,  tengo entre mis amistades; personas conocedoras de mi calvario, y que comparten  la indignación por esta injusta condena, prestándome su apoyo emocional.

No hace falta decir que  en 1984 nuestra madre biológica nos echaría a mi hermana y a mí  la culpa de la “aventura sevillana”. “Vosotros sois culpables de habernos ido  a vivir   a Sevilla. Yo no estaba convencida de hacerlo, pero como soy una santa me dejé llevar por vosotros”, nos repetía una y otra vez, todos los días. Como ya habrá observado el lector, estamos ante su eterna constante de no responder jamás de  sus actos ni  de reconocer sus propios errores. La culpa siempre es de los otros, de su hijo mayor, preferentemente. Escuchar ese tipo de comentarios me indignaba sobremanera. A veces no podía más y  le replicaba que sin la publicidad que de Sevilla nos había hecho toda la vida,  no hubiésemos deseado, al igual que ella,  abandonar Mallorca.   

La evidencia de mis contundentes argumentos sólo  conseguía irritarla más.  Por eso, sobre 1985 me convencí de la imposibilidad de que esa mujer atendiera alguna vez a  razones; que lo mejor era evitar cualquier comentario o conversación con ella. Una decisión acertada, porque así me ahorraría muchas broncas.

Copla, siesta y menstruación

Mi madre biológica ha sido siempre aficionada al flamenco y a la copla española. A menudo escuchábamos en casa las grandes estrellas de esos géneros musicales,  y a  M.D. Gómez Verdugo, lo mismo acompañando el radiocasete,  que a cappella. Más de una vez nos recriminó, sobre todo a mí, no elogiar sus dotes de artista, no valorar su cante. No negaré que cantara mal. Pero siempre he sido poco proclive al elogio y menos a la adulación.  

Más de una vez interrumpía sus cantares para, con su habitual suspicacia, espetarme algo al estilo de: “No te gusta oírme cantar. Te molesta verme animada y cantando. Nunca me has dicho lo bien que yo canto. Eres un desagradecido” Una vez más acudían a ella sus insidiosos pensamientos.

Tras el almuerzo,  a menudo se dormía en el sillón, viendo la tele. Cualquier tenue sonido,  algún ligero movimiento mío o de mi hermana bastaba para que despertase. ¡ Y qué mal le sentaba !  “Canallas, no tenéis corazón. Veis a vuestra madre dormida y no le respetáis el sueño. Lo hacéis adrede. Qué mala leche tenéis, etc.” Otra versión más de su agresiva suspicacia. Como este episodio se repetía más de una vez, procuraba yo retirarme a tiempo a mi cuarto, anticipándome a su ligero sueño.

Yo estaba obligado a asistir involuntariamente a su menstruación, porque M.D. Gómez Verdugo tenía la desagradable costumbre de no deshacerse enseguida de sus compresas usadas,  sino que las dejaba en el cuarto de baño, junto al bidet o al lavabo, a menudo sobre la bañera. Ahí quedaban sus compresas  empapadas en la sangre menstrual,  expuestas durante horas  hasta que ella tenía a bien tirarlas a la basura. Y así cada día de su ciclo menstrual.

Innecesario decir que, aparte del antiestético impacto visual, aquellas compresas impregnaban el aire con un característico y no menos repulsivo olorcillo dulzón. Por miedo a que se ofendiera,  nunca le llegué a reprochar este feo  comportamiento que, además, manifestaba la falta de respeto que sentía por sus hijos. Sin embargo, cierta ocasión en que salí del baño, me reconoció en mi rostro cierta expresión de asco;  “la buena señora” se ofendió. Me dijo algo así:  ¿ Por qué pones esa cara de asco ? No deberías sentir asco por lo que es natural, y menos aún siendo de tu madre” Pero al menos en aquella ocasión,  ni me pegó por ello ni me insistió machaconamente. Menos mal.

En 1985 me planteé denunciarla 

En enero de 1985 estábamos de regreso en Palma de Mallorca, viviendo  en un piso de alquiler de la calle Dragonera. Una tarde, tras recibir otra iracunda bronca, salí de casa. Caminé mucho, llorando en silencio mientras deambulaba sin rumbo fijo por los barrios de Son Espanyolet y  Son Dameto.  Entonces me planteé denunciarla por maltrato y me encaminé hasta el cercano cuartel de la Policía Local de Palma, en la calle San Fernando. Allí me dirigí a dos agentes, dos hombres mayores. Les dije que quería presentar una denuncia contra mi madre por maltrato. Me miraron sorprendidos, aconsejándome que esperase a  un superior; pero apenas esperé: salí de allí  sin avisarles, pensando en las consecuencias que mi denuncia podría acarrear.

Mi madre biológica no me ponía la mano encima desde que yo cumpliera  los diecisiete años.  ¿ Bastaría su virulenta violencia emocional para denunciarla ?  Si la denuncio, me pregunté, ¿cómo dormiría bajo el mismo techo que ella?; además,  ella siempre sostendrá  lo contrario: que el malo, “el rebelde” soy yo. Su palabra contra la mía. ¿ Y de mi hermana de catorce años, obtendría yo apoyo alguno ? Estaba entonces tan convencido como hoy que mi hermana, tan sometida aún a M.D. Gómez Verdugo,  hubiera declarado a las órdenes de su madre biológica,  o sea, en mi contra.

Por si fuera poco, aún quedaba mi conciencia: ¿ Es lícito que un hijo denuncie a su madre ? Por entonces yo aún pensaba que mi madre, en el fondo y a su manera, me quería. Pese a los malos tratos, a pesar de los bárbaros y desaforados insultos que aún me  infligía.  Creía yo erróneamente que su  carácter era consecuencia de las frustraciones de su vida; que la culpa de todo la tenía mi padre. Eso pensaba  yo aún. ¡ Qué equivocado estaba en mi análisis !           ¿ Acaso alguien  puede amar a quien asiduamente  maltrata  ?

Los “vecinos ruidosos”

Mallorca sería ahora para M. D. Gómez Verdugo un mal menor. Mi madre biológica había llegado a la conclusión de que lo mejor sería abandonar España, pues ya no eran los mallorquines, ni los malagueños, ni los sevillanos los culpables. Ahora los malos serían los españoles en su conjunto, “porque llevan la maldad en la sangre”. “Los españoles son una mezcla de moros y europeos. Una mala raza”. Y lo decía ella, española de Sevilla, sin darse por aludida.

Sus desdichas, según ella,  se deberían no sólo a su marido, del que llevaba años separada, sino también a los españoles, fueran éstos andaluces, mallorquines o de donde proviniesen. Ahora la idea sería  abandonar  España, llevándonos consigo a un país anglosajón.  Desde Sevilla había  enviado una  carta al Departamento de Emigración de Australia, país donde a la sazón trabajaba mi padre.  Pero Australia sólo quería  inmigrantes especializados,  técnicos profesionales, requisitos que ella no cumplía. Sin importarle este escollo, escribió una lastimera carta, en español, al Departamento de Emigración de Australia para que nos admitieran en ese país. “ Los ingleses, australianos, esa gente (los anglosajones; excepto los americanos, “más malos por mezclados racialmente”) tiene buen corazón. No llevan sangre de moros en las venas, como los españoles. Seguro que nos admitirán, aunque no cumplamos los requisitos” decía. Y se llevó un chasco, porque no la admitieron.

Tras la negativa australiana, ahora la idea de M. D. Gómez Verdugo sería que su hija se formase en una profesión solicitada en el país austral; por eso la convenció  para que se matriculara en electrónica,  llegando a ser María Esperanza la única chica de su clase, en el Instituto Politécnico de Palma.   

En la quinta planta del edificio  donde residíamos  había, al menos, otra vivienda con la que compartíamos tabique. La habitaba un matrimonio peninsular de mediana edad, de cuarenta y tantos años. La mujer, rubia, bajita y rechoncha; su marido, alto y delgado, era un barbudo de aspecto gris y reservado que emitía un seco, casi inaudible  “buenos días”.

Al poco mi madre manifestaría un sentimiento contra ellos más allá de una mera antipatía, profesando un odio irracional contra el  susodicho matrimonio: la rubia era “una bruja” “Tiene una cara de mala persona, con esos ojillos claros y pequeños. Y la figura de un botijo. ¿ Cómo puede fijarse un hombre en ese retaco ? etc.” El marido, un calzonazos “una pinta de barbitas cornudo sin personalidad”  

Y se le antojaría a mi madre biológica que eran insoportablemente ruidosos, lo cual no era en absoluto cierto. M.D. Gómez Verdugo se pasaría horas y  días atenta al más mínimo sonido proveniente de esos vecinos. El inevitable roce de una silla con el suelo produce, ciertamente, un chirrido nada agradable; sin embargo, uno sólo era suficiente para que M. D. Gómez Verdugo acabase pegando puñetazos en la pared mientras gritaba desgarradamente: “Ya está bien de hacer ruido.  Sois unos cobardes;  porque aquí no vive un hombre, no respetáis a una mujer sola, etc.”

El otro extremo de nuestro piso lindaba con otro edificio de viviendas; en él, al otro lado del tabique,  vivía un matrimonio andaluz de edad madura que tenía el hábito  de acostarse muy tarde, casi siempre después de la una. Cada noche me despertaba su ruidosa cisterna del wáter, pues entre mi dormitorio y su cuarto de baño sólo había un tabique; éste debía ser   tan estrecho que, como si fuera de cartón, apenas suponía una barrera  contra los ruidos  invasores de  mi alcoba.

No sólo se acostaba muy tarde el susodicho matrimonio, sino que, por si fuera poco, se levantaba muy temprano. Con los nervios saliéndome del cuerpo asistía yo, forzosamente,  a las  molestísimas estridencias de los golpes, roces  y  tirones  que parecían castigar su cuarto de baño.  Para más inri adquirieron un perrito, un peludo yorkshire, que dejaban largas horas abandonado en el pequeño balcón de la cocina, asomando éste, al igual que la ventana de mi dormitorio,  por encima del patio  interior del edificio situado cinco pisos más abajo. Durante meses tuvimos que soportar, sobre todo yo, por la ubicación de mi dormitorio,   los penosos y penetrantes aullidos del pobre animal;  hasta que un día, éste, harto de la soledad de su estrecho cautiverio, se arrojó al vacío, cayendo a la altura del primer piso, por encima del patio interior, sobre una techumbre de plástico duro. Ignoro si el animalito sabía lo que le esperaba al saltar, pero se tiró. Recuerdo con tristeza ver cómo el pobrecillo agonizaba en silencio moviendo sus cuatro patitas; mientras, algunos vecinos exclamaban desde sus ventanas y balcones interiores, “Ay, pobre perrito”.

A menudo me quejaba a mi madre  biológica de estos ruidosos vecinos. Ella asentía con una sonrisa indulgente. Por alguna extraña razón parecía como si, en el fondo,  aquellos molestos vecinos le cayesen simpáticos; aunque al menos admitía M. D. Gómez Verdugo que sí, que eran ruidosos. Pero ahí quedaba eso, porque para ella los únicos molestos de verdad eran los de la puerta izquierda, el “barbitas cornudo y su bruja rubia”. Pese a ello,  no recuerdo que mi madre biológica llamase a la puerta de sus odiados vecinos para quejarse. Sus protestas eran  dar puñetazos a la pared y  a gritos.  Para escenificarnos su malestar contra los “ruidos” del “barbitas y la rubia”, M.D. Gómez Verdugo llegaría en más de una ocasión a dormir en el balcón tras, previamente, haber sacado de su dormitorio el colchón, la manta y la almohada.

Para entonces yo ya había comprendido que lo mejor, a fin de evitar sus malos tratos psicológicos,  era darle  la razón o, cuando menos,  no llevarle la contraria. Cuando ella se quejaba, repitiendo que “el barbitas cornudo y su malvada mujer” eran ruidosos,   ya no le contradecía, aun sabiendo que no era cierto. En 1985 los malos tratos psicológicos serían, pues, mucho menos frecuentes que en los años anteriores.

Durante el juicio de 2008 M.D. Gómez Verdugo se acuerda de mi servicio militar

A principios de marzo de 1986 marché a Cataluña a cumplir el servicio militar. Mi madre biológica me había expresado fríamente su deseo de verme  para siempre en el Ejército.  Quinientas pesetas  (unos seis euros del año 2009 ) para posibles desplazamientos fue todo lo que recibí de ella el día de mi partida. Huelga decir que no  hubo un beso. La verdad es que  no recuerdo  el último suyo.  Sinceramente, yo no echaba de menos los besos de quien a lo largo de los años me había maltratado tanto; al contrario, prefería evitar el menor roce físico con ella.

En 1986 yo deseaba, tras cumplir el servicio militar obligatorio,  quedarme en el Ejército, “reengancharme”, como se decía entonces. Y no por vocación. A mí me hubiera gustado ir a la Universidad,  estudiar Historia. Pero cumplir este deseo supondría vivir cinco años más bajo el mismo techo que esa mujer, la madre biológica que quería verme lejos. Una idea nada halagüeña.

Ya en la “mili” recuerdo a mis compañeros, reclutas y soldados, disponer del dinero que les daban o enviaban sus padres; dinero que  gastaban en la cantina del acuartelamiento o en los bares de la localidad. Al no disponer yo de ese medio, sólo me quedaba  el rancho del cuartel y  muchos “chuscos”. La calidad de la comida dependía  del suboficial encargado de tal menester durante un mes seguido. No olvidaré cuando, ya en Lérida,  un brigada de apellido gallego dirigía la cocina: en la  cena nos servían un tazo de agua amarillenta y caliente que llamaban sopa, pero que el paladar no reconocía como tal, sino como lo que era, insípida agua caliente.

Tras la Jura de Bandera, regresé de permiso a Mallorca por una semana. Mi aspecto físico no era que dijésemos excelente. Estaba más delgado y algo demacrado. Yo no ocultaría a mi madre biológica que otros soldados podían cubrir las carencias de la cocina cuartelera gracias al dinero que recibían de su familia.  Desde mi niñez recuerdo a M. D. Gómez Verdugo  repetir incansablemente lo buena madre que era con nosotros por no hacernos pasar hambre. Si por la calle mi hermana y yo veíamos a un niño más delgadito o bajito que nosotros,  ella se apresuraba a presentárnoslo como un caso de malnutrición, por culpa de la madre. Su sensibilidad contra el  hambre sería la razón para que, sin  yo pedírselo explícitamente,  decidiera enviarme al cuartel, mediante giros postales,  pequeñas cantidades de dinero a fin de  que yo pudiera comer mejor. Un dinero que, a fin de cuentas,  provenía de los ingresos de mi padre y no de M. D. Gómez Verdugo, pues desde 1965 ella no había vuelto a desempeñar trabajo remunerado alguno.

Los resguardos de aquellas giros postales, de aquellas pequeñas sumas de dinero transferidas al cuartel y dirigidas a mí, los guardaría celosamente M. D. Gómez Verdugo durante muchos años, por si un día tuviera que utilizarlos contra mí, al igual que  hiciera con aquella absurda confesión escrita, arrancada a mi padre sobre su “culpabilidad” en “el vicio de la masturbación”, o lo que posteriormente haría con las arrancadas a mi hermana, ya referidas. Resguardos de giros postales que, VEINTIDÓS AÑOS MÁS TARDE, en septiembre de 2008, mostraría  su abogado ante el juez en el proceso de Manacor, presentando esos resguardos como prueba irrefutable de lo bien que M. D. Gómez Verdugo  había tratado a su hijo y de lo vilmente desagradecido que era  éste ¡ Como si esos papelotes fueran el compendio, el resumen  de toda una vida ! Afortunadamente, al juez de Manacor no le impresionaron, desestimando inteligentemente la demanda contra sus hijos. Sin embargo, mi pesadilla no habría terminado ahí: la sentencia definitiva de un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca estaría aún por llegar, revocando la del juez de Manacor.

Secuelas maternas en mi servicio militar. De nuevo en Mallorca

Pido disculpas a los lectores por la inserción de un  breve resumen de mi servicio militar en este relato, pero que, como verán Uds. no está fuera de contexto.  Nada más lejos en mi ánimo que escribir una “autobiografía” como si yo fuera alguien importante. No pretendo más que relatar los malos tratos que he recibido de la mujer que me trajera a este  injusto mundo, a la vez que comentar la no menos injusta sentencia judicial y sus nocivas deficiencias contra dos ciudadanos pacíficos y honrados, dos hermanos  que tanto han sufrido durante décadas por culpa de su madre biológica,  beneficiaria de la maldita sentencia.

Algunas de las situaciones injustas que viví en la mili, que resumidamente voy a reseñar, son secuelas de los malos tratos que me infligiera mi madre biológica: Me refiero a la idea de reengancharme en el Ejército, sin vocación alguna,  a fin de tener una rápida salida de casa, idea que, como se verá más adelante, acabaría dándome problemas.

Durante  el servicio militar fui destinado al Regimiento de Artillería de Campaña de Lérida, concretamente a una batería de  Plana Mayor, en el  Acuartelamiento Templarios, hoy desaparecido.  Cuando publicaron la lista de los candidatos al cursillo de promoción al rango de cabo, no apareció allí mi nombre. Puesto que mi intención era el “reenganche” en la milicia, necesitaba realizar el cursillo. Así se  lo comuniqué al suboficial de guardia, quien avisaría al capitán, incluyéndome éste en la mencionada lista de candidatos. No es que me regalaran nada, pues tras realizar aplicadamente el curso, obtuve la mejor nota de mi unidad. Así me hicieron cabo. Unos meses más tarde, ascendí a cabo primero, tras realizar el examen y haber obtenido merecidamente la máxima puntuación de todo el cuartel.

Durante mi permiso en Mallorca, mi madre biológica se había mostrado más afable conmigo. Parece que mi relato de la  increíble sopa cuartelera le hubiese impresionado.  Les recuerdo a Uds. que desde 1985, un año antes de partir al servicio, los malos tratos psicológicos ya no eran tan habituales como antes, gracias, sobre todo,  a mi estrategia de  darle a ella siempre la razón y evitar, en  lo posible, la palabra con ella.

Meses más tarde, al regresar al cuartel tras el permiso de verano, yo ya me había percatado de  que la vida militar no iba conmigo; que, además, era algo en lo que no creía ni me gustaba en absoluto. Hoy, muchos años después, tras haber conocido las miserias e hipocresías de la sociedad civil siento por la institución militar más respeto que por entonces.  Un día, debía ser septiembre u octubre de 1986,   caminando por la enorme explanada del cuartel, me crucé con un teniente de mi unidad, un andaluz bajito, serio y buena persona: -“A la orden de Ud., mi teniente”. -“Braojos, ¿ no vienes al cursillo preparatorio para las pruebas de acceso a  la Academia de Suboficiales ? me pregunta afablemente. Apurado, le respondo: “Mi teniente, he decidido no seguir en el Ejército”. Escuchada mi respuesta, la expresión de su rostro pasó en un segundo de la sorpresa inicial  al  mohíno gesto de su enojo. Seca y despectivamente, no exento de ironía, me añade un escuetísimo “Ya”, y, sin más, continuó su camino. El monosílabo  “ya”  me sonó a  “Tú no  querías reengancharte, tu interés era llegar a cabo primero y vivir mejor que el resto de la tropa, oportunista” Enseguida adiviné en su gesto y en su  “ya” lo que  me temía: la suspicacia que mi decisión suscitaría entre los mandos próximos.  Y ello tendría sus consecuencias: a partir de entonces, algunos de ellos mirarían con lupa cada uno de mis actos y servicios, tratándome con frialdad y  desconsideración, incluso fastidiándome a la mínima ocasión.

¿Tú te crees que aquí somos gilipollas o qué? Vas a ser el mejor cabo primero de España, porque, de lo contrario, me ocuparé personalmente de que vayas de arresto en arrestome  espetaría con brusquedad otro oficial, más duro y vehemente que el anterior.  

Y tras vivir injustas y desagradables experiencias que Uds. se pueden imaginar,  sería yo el último de mi batería en licenciarme, una semana más tarde que el resto de compañeros de mi promoción: dos días antes  de abandonar la milicia me informan de que el capitán me había arrestado. El motivo: que yo, en calidad de suboficial de guardia durante el  fin de semana,  no habría pasado correctamente  la revista a la tropa, encontrando el capitán algunos soldados de mi unidad mal afeitados y con el pelo largo.  Pero, ¡ Yo no había pasado la revista aquel fin de semana, sino que había sido un sargento profesional !

 El día en que mis compañeros de reemplazo se licenciaban, quedaba yo arrestado por ese injusto motivo una semana en el cuartel. Cuando mis compañeros de quinta lo abandonaban, jubilosos y vestidos de civil,  se acerca a mí el capitán;  con una sonrisa sardónica me pregunta: -“¿Sabe Ud. por qué le he arrestado,  no ?” -“Mi capitán, le respondo, no fui yo quien pasó revista a la tropa, sino el sargento menganoEndureció la expresión del rostro y, sin decir una palabra, siguió su camino, sin una mínima disculpa. Algunos días más tarde, tras cumplir mi injusto arresto, se me permitió licenciarme. Era marzo de 1987.

Sin dármelas de  víctima,  hoy tengo la sensación de que los atropellos son una constante en mi vida. Como ven ustedes,  un cúmulo de tropelías  consecuencia del “efecto dominó” impulsado por mi madre. ¿ Será la injusta condena de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca la última ficha  del  siniestro dominó?

Mi primer trabajo remunerado: aportaría dinero al “hogar” materno.

En abril de 1987, recién terminada la mili, encontré mi primer trabajo remunerado: un puesto de fajín o botones en un hotel de Magalluf, donde haría la temporada de verano.  Ganaba yo poco más de sesenta mil pesetas netas, entregando a mi madre biológica una cuarta parte de mi sueldo, quince mil pesetas.

La actitud de mi madre biológica para conmigo se había vuelto  menos agresiva  a partir de 1985. Sobre todo, desde que en 1987 comenzara yo a traer algo de dinero, gracias a  mi  trabajo en el hotel. Sin embargo, ella persistía en sus manías de siempre. A la obsesión contra los vecinos referidos se añadiría una nueva manía, ahora contra España y los españoles, la “mala raza”. Pese a ello no abandonaría su afición por la copla, el flamenco  y la siesta, tan hispanas como ella misma.

Aquel año de 1987 comencé a salir “de marcha” con mis amigos  las noches de los fines de semana. Entonces tenía veintiún años de edad y mi madre biológica me permitía estas salidas siempre y cuando no la molestara de madrugada tocando al timbre. Como no me permitía tener llave de mi casa, no me quedaba otro remedio que deambular  por las calles de Palma hasta las nueve de la mañana, esperando el momento de poder regresar.  Algunos amigos míos recuerdan estas absurdas situaciones. Mucho después, en 2006, mi hermana de 36 años de edad, tampoco tendría derecho a disponer de las llaves de su casa, que ella misma había comprado. Eso lo dice todo.

Un buen día nos dice a mi hermana y a mí que salgamos con ella a la calle para hablarnos. En casa no se sentía a gusto por el temor de que los vecinos pegaran la oreja al tabique para escucharla. Curiosa esa especie de megalomanía o egocentrismo,  de creerse tan importante como para que los demás vecinos estén ansiosos de escucharla. Aunque, visto desde la perspectiva del año 2009, tal vez no sea tan  insignificante la mujer capaz  de haber arruinado las vidas de tres personas: su marido y sus dos  hijos, de seducir a un alemán veintiún años más joven que ella y de ganar un insólito proceso contra sus dos atribulados hijos; eso sí, con la imprescindible ayuda del tribunal de la Audiencia Provincial de Palma que cerraría así el esperpéntico, infernal e insólito ciclo iniciado, al menos, cuarenta y tres años antes, en 1966.

La idea de abandonar España

Durante esa conversación  callejera ( más bien monólogo ) deambulábamos por la zona más despoblada de Son Dameto, mientras ella hilaba su, como siempre,   atropellado y enredado discurso. Hay que armarse de paciencia para escucharla, porque habla mucho, se enreda no menos  y termina diciendo muy poco. Y todo para decirnos que el objetivo de los tres  había de ser abandonar este “país de moros”, España. Tenía un plan con dos estrategias a seguir: 1) Mi hermana, María Esperanza,  completaría sus estudios de electrónica para ser admitida en Australia  y desde allí ir a por M. D. Gómez Verdugo 2) Yo tendría en Mallorca que  ligarme a una turista extranjera, a una inglesa preferentemente, casarme con ella e irme a vivir a su país para, una vez allí,  reclamar a mi  madre biológica y  a mi hermana María Esperanza.

Hoy me avergüenzo de  admitirlo, pero entonces no me parecía tan descabellado el plan urdido por M.D. Gómez Verdugo; pese al sufrimiento que ella me había infligido,  sentía aún una vinculación con mi madre biológica. Creía yo que saliendo de España pudiéramos encontrar los tres, sobre todo M. D. Gómez Verdugo, la tan necesaria harmonía.

Yo era plenamente consciente de que ella, a lo largo de los años,  me había tratado injustamente, infligiéndome todo tipo de maltratos. Mas había algo en mí que se resistía a reconocer la magnitud del problema. Mi hermana opondría esta resistencia  mucho más intensamente, y muchos más años que yo.  Probablemente  esta resistencia psicológica  a admitir toda la realidad fuera un tipo de  “síndrome de Estocolmo” familiar y compartido. Seguro que  un psicólogo o un psiquiatra tendrá más autoridad que yo para diagnosticar esa resistencia psicológica que oscurecía nuestro entendimiento, como si parcialmente llevásemos una venda en los ojos.

 Cuando hoy pienso en ello, siento  terror;   pensar en cómo  hasta  1991 fui tan ciego, tan inconsciente como para dirigir aún la palabra a la mujer que arruinó tantos años de nuestras vidas. Hoy sólo siento una profunda aversión hacia esa persona. Y me siento horrorizado de que una sentencia judicial me obligue a darle dinero el resto de su vida, hasta mi vejez ( ella sólo es veintitrés años mayor que yo )  Simplemente me resulta inasumible y desde aquí anuncio que, mientras yo viva, no cumpliré esa sentencia, aunque me lo pidiese el mismo San Pedro.

No es rebeldía ni chulería, sino una cuestión de  conciencia. Antes me dejaré morir en huelga de hambre, defendiendo mi dignidad, mi libertad. Vivir por vivir no tiene sentido. Ha de ser, al menos, con la dignidad de reconocerse libre. Vivir, sí, claro que quiero vivir, pero en libertad. Quiero ser libre y no verme el resto de la vida condicionado, encadenado al ser que tanto daño nos hizo ( y hace ) a mi hermana y a mí. En definitiva, mi lucha no es otra que por la más noble de las aspiraciones humanas:  la libertad y la dignidad ¿ Lo entienden ustedes ? ¿ Lo entenderán también los jueces ?

Años 1988-1991

Como mi madre biológica estaba harta del  “barbitas cornudo y de su bruja”, decidió abandonar la vivienda de la calle Dragonera. Yo sabía que  los “insoportables ruidos” del “barbitas y su bruja” tenían más que ver con el insufrible carácter de mi madre biológica que con la realidad. Con todo, me pareció oportuna la mudanza, ya que por fin me libraría de los otros vecinos, los verdaderamente ruidosos, aquellos al otro lado del tabique de mi dormitorio, que tanto perturbaban mi necesario descanso nocturno y que, durante meses, habían martirizado al pobrecito Yorkshire.

Ahora vivíamos en la segunda planta de un piso de la calle Padre Bayo, en Palma.  La  vecina que ahora suscitaría la inquina de mi madre biológica, aunque sin llegar a los  extremos  anteriores,  era una anciana:   “Una vieja bruja mallorquina que da portazos para molestarme. Todo porque en esta casa no hay un hombre, no hay un padre de familia. Una mujer sola con sus hijos no suscita respeto, etc.” Este comentario,  que “en casa no había un hombre”, me molestaba sumamente, pues yo lo era,  y de veintidós años de edad.

De nuevo, M.D. Gómez Verdugo estaba harta de Mallorca y de los mallorquines. Era preciso  abandonar España. Hasta que ese momento llegase, gracias al plan urdido por ella, se conformaría  con abandonar Mallorca, un “lugar maldito”, para irse a vivir a  Cataluña. Decía mi madre biológica que los catalanes eran “menos españoles”, o sea, “menos moros”, y por  tanto, “más humanos”.   Además, recordaba  que  durante su infancia en Sevilla, su tía, que  había residido en Barcelona en los años cuarenta, hablaba magníficamente de esa ciudad.

En marzo de 1989, antes de cumplir veintitrés años de edad,  encontré un trabajo de recepcionista en un hotel próximo a Cala Rajada, a 80 kilómetros de Palma, donde trabajaría seis meses. Allí me dieron alojamiento en una habitación de personal, dejando así  de compartir piso con  mi madre biológica y mi hermana que poco después abandonarían  la Isla para  vivir en Barcelona. Sin embargo, no rompería el  contacto con M. D. Gómez Verdugo hasta julio de 1991, como les conté al principio de este relato.

En Barcelona,  M.D. Gómez Verdugo y mi hermana llegaron a vivir  un año, hasta que la primera  llegó a la conclusión de que “los catalanes son los más españoles de todos” “Son los más moros, la peor gente; mucho peor que los andaluces y que los mallorquines, etc.”

 Desde marzo de 1989, gracias a mi trabajo,  era una persona independiente, guardando para mí el dinero que ganaba. Ahora mi madre biológica  vivía en Barcelona con mi hermana, como siempre gracias al dinero que mi padre seguía enviándoles, sin lujos, pero sin estrecheces de ningún tipo. A finales del verano de 1989 M.D. Gómez Verdugo  me llamó por teléfono a mi trabajo para que le enviara cien mil pesetas a fin de comprar un  ropero para su nueva vivienda de alquiler en Barcelona. Como si de mi dinero hubiese dependido la compra del armario… Sin embargo, accedí a su petición y le envié las cien mil pesetas.

En 1991, tras su aventura catalana,  mi madre biológica y mi hermana regresaron a Mallorca, una vez más,   para quedarse a vivir. Ahora  residían  en un espacioso piso de alquiler muy próximo a la calle Manacor, en Palma. Allí tendría lugar el episodio con el que inicié el presente relato,  “la gota que colmó el vaso”.

Sus hijos: una simple propiedad

Dos objetos de su propiedad, así  concibe María Dolores Gómez Verdugo a sus hijos; una pertenencia en el sentido mercantil de la palabra.  Y COMO PROPIEDAD QUE SOMOS PARA ELLA, HA DE SACARNOS PROVECHO, UN RENDIMIENTO  ( Desde 2009 gracias a un tribunal  de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca somos mi hermana y yo una renta dineraria mensual con carácter retroactivo hasta febrero de 2008 )

En más de una ocasión nos diría que, “por haberos parido, ( como si se lo hubiéramos pedido ), limpiado el culo,  cambiado los pañales y haberos criado”, todo aquello que llegásemos a poseer en la vida le pertenecería “moralmente”. En 1991 me reprocharía que, tras cuatro temporadas turísticas, yo no hubiese ahorrado para comprarle a ella una vivienda. A mi hermana llegaría a decirle en el año 2007 “Esta casa que has comprado es moralmente mía”.

De adultos nos trataba como si fuéramos niños tontos: A los 36 años de edad mi hermana no tenía derecho siquiera a poseer una llave de la vivienda ¡que mi hermana había adquirido! Sólo su madre biológica tenía ese derecho. Lo mismo viví yo hasta mis 22 años; sin derecho a tener llave de mi casa, muchas veces me vi sentado en un escalón del rellano, esperando durante horas a que M. D. Gómez Verdugo  llegase de la calle para abrirme la puerta. Aun conservo amigos de aquel tiempo que podrían dar testimonio de ello; ellos han sido testigos de mis desventuras familiares y hoy asisten atónitos a mi singular condena.

Puede decirse que esta concepción propietaria  es, además, un síntoma de la  ausencia de respeto por dos seres que considera una mera propiedad; en cierto modo, somos para ella unos esclavos sin dignidad. Consecuencia de esta desconsideración o desprecio es la demanda contra nosotros, contra su hija objeto de humillaciones como las referidas en este relato, y contra su hijo, quien por las razones que Uds. ya conocen, en el año 2008 llevaba 17 años sin mediar palabra alguna con ella. Esta demanda contra sus hijos es la expresión de una falta de respeto y de un desprecio absolutos hacia ellos, quedando en ello reflejada  la catadura moral de M.D. Gómez Verdugo. Algo de lo que no se percató o bien consideró irrelevante  el tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca que sentenció a favor de esta mujer y en contra de sus atribulados hijos.     

Yo creo que María Dolores Gómez Verdugo no nos ha querido nunca. Como muy probablemente no ha querido jamás a nadie. Su capacidad emocional para sentir afecto, está, a mi juicio,  seriamente perturbada. Pocas veces me dedicó de niño algunos mimos y besos; y cuando los hubo, generalmente como respuesta-oposición  a alguna riña paterna. Con mi hermana, mientras era pequeña, fue mucho más pródiga en este tipo de manifestaciones afectivas.

 Nuestra madre biológica tenía la costumbre de repetirnos  hasta la saciedad, que éramos los niños más guapos del colegio, del barrio, de Mallorca, etc. Hasta el punto de que, absurdamente, llegaríamos, siendo niños, a creérnoslo. De ahí mi extrañeza cuando a los diez u once años de edad observé que las niñas no me prestaban la mínima atención, como sí lo hacían a  otros chicos, más atractivos para ellas que yo.

Con esas expresiones, M.D. Gómez Verdugo manifestaba su deseo de encontrar en nosotros una proyección de su “perfecta” persona. Por eso nos veía o nos quería ver como “los niños más guapos del mundo”; no tanto por cariño, sino porque éramos SUS NIÑOS. Por eso exigía también de mis actos, sobre todo de los míos,  la “perfección”, mejor dicho, su particular concepto de perfección. Pero claro, al final sentía ella que  no estábamos a la altura de sus expectativas, como “le demostraba” mi supuesta indolencia en las tareas domésticas; estas “decepciones” sumadas a su insana suspicacia daban lugar a sus frecuentes y descomunales  arrebatos de ira, de violencia.

No por cariño,  sino por considerarnos su  propiedad ( y que de facto somos, en virtud de la sentencia condenatoria del tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca ), sentía la necesidad de  protegernos frente a terceros. De hecho, una vez que de pequeño fui agredido por otros niños del barrio, ella, enfurecida, salió en mi defensa  haciendo huir a  los agresores. En otra ocasión, un rudo vecino del complejo residencial donde vivíamos, molesto al perturbarle  su siesta  el griterío infantil, irrumpió violentamente en el patio, cogiéndome de entre los chiquillos, y agarrándome con fuerza  por el cuello de la camisa,  dejó en mi piel  las marcas de sus dedos.  Mi madre, que fue avisada por mi hermana, acudió para defenderme, increpándole con gritos desgarrados. El bruto quedó atónito y me soltó enseguida.

Hoy no creo que estas acciones defensivas fuesen por cariño, sino probablemente por la mezcla de un materno instinto atávico y por la defensa de lo que considera suyo, una propiedad.

No siempre estaba ella de mal humor y agresiva. También alternaba sus largos períodos de violenta suspicacia con otros  breves momentos de buen humor. Ello explica que en 1980, viéndome triste, decidiera regalarme una cámara fotográfica Kodak, de las de tipo Polaroid  que sacaban al instante fotos reveladas; o que en junio de 1983, ante la inminencia  de mudarnos a su idealizada Sevilla, su efímero buen humor  me permitiera realizar con mis compañeros de clase el viaje de estudios a Londres.

M. D. Gómez Verdugo sería mucho más pródiga en besos, abrazos  y mimos con mi hermana, mientras fuera niña; carantoñas que llamaban mi atención por lo exageradas y desaforadas que me parecían. Al margen de esta valoración, es sabido que todo maltratador/a doméstico ha obsequiado alguna vez con un beso, una caricia,  o un caramelo a su maltratado/a, sin que por ello lo eximamos de su condición de maltratador. 

Mis secuelas emocionales a lo largo de los años

Durante los años 90 no había día que no recordase  aquellos  aciagos años vividos bajo esa mujer; recuerdos que conducían  a reflexiones, como la que en 1994 me llevó a concluir  que la causa de todos los males en nuestra familia era ella misma; y  que mi padre no era el malvado homosexual presentado por ella, sino todo lo contrario, un pobre hombre cuya torpeza le había deparado casarse con  M.D. Gómez Verdugo, sin realmente conocerla. Y eso que, como él  me ha revelado, ya su familia le había advertido sutilmente antes de su boda: “Esa chica es rarilla”. 

En los años 90 me acudían  a menudo esos recuerdos familiares en forma de pesadillas perturbadoras del sueño, o bien en otras circunstancias, como  en algunas de mis salidas nocturnas a bares y discotecas. Más de una vez acabé a las tantas de la madrugada recostado en la barra del bar, junto al último gin tonic de la noche, llorando en solitario, lamentando no sólo  mi pasado, sino el destino  de mi pobre hermana, que aún vivía a la sombra de mi madre biológica. Y sin olvidar que nuestro destino hubiera sido otro, probablemente mucho mejor, de haber nacido de otra mujer.

La frecuencia de aquellos tristes recuerdos iría menguando hasta convertirse en esporádicos, sobre todo desde que en 1999, a mis 33 años de edad,  iniciara los estudios de Turismo. También las pesadillas nocturnas alusivas a aquellos penosos años junto a la madre biológica serían menos frecuentes. Pesadillas  esporádicas que, pese a todo, no cesarían y que, por culpa de la sentencia de un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca, se han hecho hoy  tan frecuentes como para atormentar mi sueño varias veces por semana.      ¿ Me libraré alguna vez de estas secuelas del pasado, que el tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca ha  recuperado, reavivándolas para mi desgracia ?

En los últimos años, sobre todo desde 1999,  yo era una persona feliz, hasta que en junio de 2008 recibí para mi desgracia esa fatídica cédula de citación. ¿ Será posible que con 42 años aún no pueda liberarme del fantasma de mi madre biológica ?  ¿ Hasta cuándo ?“ fue lo que, horrorizado, pensé. Pero sobre todo, el golpe emocional más duro ha sido desde principios de  septiembre de 2009, al enterarme  de que habíamos perdido el procedimiento. ¿ Podré  recuperarme algún día de este durísimo golpe ? Quizás con la ayuda de ustedes, de la opinión pública. Por favor, ayúdenme a escapar de esta pesadilla y a recuperar mi libertad.

Mi pobre hermana,  con la madre biológica: Historias para no dormir 1989-2007

Por respeto a mi hermana y por ser éste el relato de mi experiencia personal con la mujer que ha ganado el proceso contra nosotros, no voy a revelar aquí los  escabrosos episodios  que, a la sombra de su madre biológica, ha sufrido María Esperanza, más pudorosa y renuente que yo a hacerlos públicos. Historias relativas sobre todo al período 1997-2007 que María Esperanza me ha contado. Episodios cuya sordidez recuerda a  una película mejicana del cineasta Luis Buñuel. Si mi hermana María Esperanza quiere narrarlos  un día, ya lo hará; pero no seré yo quien lo haga por ella.

Sin embargo, tampoco puedo ni debo ocultarles a los lectores de mi relato  lo mucho que  mi hermanita ha sufrido, y cuán injusta es la condena de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca que ha caído sobre ella.  Y es que  María Esperanza ha sufrido muchísimo, más que yo,  por culpa de esa mujer. María Esperanza ha sufrido lo insufrible. María Dolores Gómez Verdugo, nuestra madre biológica,  maltrataría de obra y de palabra a mi hermana, incluso humillándola  de mujer adulta hasta límites insospechados; como cuando en sus arrebatos de ira le rompe, le desgarra a mi hermana sus prendas de vestir preferidas.

 ¿ Es esta sentencia de un tribunal  de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca lo que mi hermana y yo nos merecemos ? Sé que el Estado no es culpable de que mi hermana y yo hayamos sufrido ( y sufrimos ) tanto por culpa de  esa mujer. Pero lo menos que la Justicia de este Estado  puede hacer por mi hermana  y por mí  es NO AMARGARNOS MÁS LA VIDA, NO CONDENARNOS NI PERSEGUIRNOS POR HABER NACIDO DE ESA PERSONA. POR FAVOR. BASTA DE CRUELDAD. ¡ BASTA YA !

La Justicia de un Estado que se precie de democrático, de representar a un país libre, debiera,  como mínimo, revisar y rectificar la despreciable sentencia de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca, compensándonos,  cuando menos moralmente, por los malos ratos vividos desde que se iniciara el proceso, y que, al menos en mi caso, están dañándome la salud. Un Estado que se dice democrático no debiera angustiar a dos ciudadanos pacíficos, honrados e inocentes, cuya única culpa es haber nacido de la persona indebida. Mi hermana y yo queremos ser libres, como ustedes, lectores de nuestra verídica tragedia  ¿ Es demasiado lo que pedimos ?

Desde  aquella visita de julio de 1991, “la gota que colmó el vaso” no sabría más de mi hermana hasta 1996. Durante muchos años, como he relatado,  yo había sido el objetivo preferente de las iras maternas. A partir del año 1989, al abandonar yo el “hogar” familiar, sería mi hermana quien “in crescendo” iría sufriendo  las manías, la maligna prepotencia egocéntrica de quien nos trajo a este injusto mundo.

En 1996 mi hermana contactaría conmigo. Una tarde, tras cinco años sin vernos,   la llevé en mi coche a tomar un refresco a un bar de Magalluf. María Esperanza, que siguiendo obedientemente las hipocondríacas instrucciones de la madre biológica bebía directamente de la botella, sin emplear el  vaso, me contó las muchas ganas que tenía de abandonar Mallorca, porque en esta tierra sufría mucho, etc. Yo  sabía perfectamente que la causa de tanto dolor no era Mallorca, sino la persona con la que convivía, nuestra madre biológica.

Ya pueden Uds.  imaginar que esta errónea apreciación de María Esperanza se debía a una especie de  síndrome de Estocolmo materno que mi hermana aún padecía, igual que yo había sufrido en  años anteriores. Intenté hacerle ver  su error, abrirle los ojos. Quizá fui demasiado directo: “Pero, Esperanza, ¿ no te has dado cuenta de que es mamá, su extraña personalidad,  el origen de nuestras penas ?” Mi hermana, al escuchar esto, rompió de inmediato a llorar. En su llanto reconocí que el subconsciente le admitía lo que su conciencia no quería ver; de ahí sus lágrimas. Tan difícil era para ella admitir la realidad. Y aún necesitaría una década para asumirla por completo. No quise insistir más. Tendré que actuar poco a poco, me dije, hasta  rescatarla de las tinieblas en que está sumida.

Por supuesto, ni me atreví a decirle que desde 1994 yo había recuperado la  relación con nuestro padre. Y no se lo revelé porque de ninguna manera  lo hubiera entendido; al contrario, la hubiera desconcertado completamente. Yo tenía la certeza de que esa revelación  hubiese significado tirarme piedras encima, porque tras décadas de lavado de cerebro materno, nuestro padre seguía siendo para ella el monstruo, el único responsable de las desdichas familiares.  

Mi hermana tenía una ilusión: había hallado la forma de encontrar fácilmente trabajo en  Inglaterra. Hacía años que ella sentía admiración por ese país, sobre todo por su  música. Fue María Esperanza quien, en 1987, me transmitió la afición por The Beatles y  la música pop en general,  abriendo mis oídos a nuevos horizontes musicales. Pero mi hermana había idealizado ingenuamente Inglaterra, como si la vida en aquel país fuese una divertida película de los Beatles. Sin embargo, para ella era necesaria esa ingenua idealización,  porque cuando estás sumido en  la oscuridad de un profundo agujero hay que tener ilusiones para escapar de él;  si no, estás perdido.  María Esperanza, además, estaba ilusionadísima porque Inglaterra sería su primer trabajo, y porque allí, pensaba ella,  conseguiría superar las frustraciones que la vida le había deparado en España, en Mallorca.

La idea de mi hermana era trasladarse allí para  trabajar y, tras algún tiempo, llevarse de  Mallorca a M. D. Gómez Verdugo. En esto  último estaba terriblemente equivocada.

Entendí que  sería para María Esperanza  la oportunidad de conocer el mundo, de abrírsele con ello  el horizonte reflexivo necesario que la percatase del insano ambiente materno en que aún estaba imbuida, de un entorno que hoy me sugiere al de una secta destructiva.

En aquel encuentro, mi hermana se refirió al mal humor que había en casa, a sus discusiones con María Dolores Gómez Verdugo. Al igual que yo años antes, creía mi hermana que cambiando de ubicación geográfica  terminaría nuestra madre biológica por encontrar la felicidad y harmonía deseadas.

En 1997 mi hermana llegó a  Inglaterra. Allí trabajaría en una fábrica con gentes de otros lugares del mundo, deseosas de aprender  inglés. Yo recibía llamadas telefónicas de María Esperanza, que devolvía inmediatamente a fin de que no le costasen dinero. La escuchaba entusiasmada y muy contenta. Por fin, a sus casi veintisiete años de edad, comenzaba ella  a conocer el mundo, iniciando en libertad unas relaciones humanas sin la sombra perturbadora de su madre.

Un mal día mi hermana me anunció que M.D. Gómez Verdugo estaba preparándose para dejar Mallorca y marchar a Inglaterra, a vivir con ella. “No te la traigas, déjala en Mallorca” en vano la advertí, pues no me  hizo caso.

Fue llegar M. D. Gómez Verdugo a Inglaterra y cambiar súbita y radicalmente las emociones positivas de mi hermana para con su entorno social,  dando paso a la visión tenebrosa  transmitida por la nefasta madre, la persona que doce años después ganaría el proceso de demanda contra sus hijos gracias a un tribunal  de la Audiencia Provincial de Palma de Palma de Mallorca.

M. D. Gómez Verdugo ni siquiera avisó del abandono de su vivienda al padre de sus hijos; de modo que, si no le advierto a él de ello, mi padre hubiese seguido pagando indefinidamente el alquiler del espacioso piso situado en  la calle Archiduque Luis Salvador, donde hasta la fecha había residido M. D. Gómez Verdugo. Huelga decirles a Uds. que otra constante en la vida de M.D. Gómez Verdugo es cambiar a menudo de vivienda, a causa de su insatisfacción y malsana inquietud perpetuas.

Entre 1997 y 2003 vivirían las dos en Inglaterra. Durante ese tiempo, mi pobre hermana se sumiría en una depresión reactiva, consecuencia de sus sufrimientos, y   que superaría gracias a la medicación.  Seis aciagos años en  los que María Esperanza trabajaría  a tiempo completo; la siniestra mujer que pasa por madre, trabajaría cuatro años a tiempo parcial. Esos cuatro años,  más los escasos tres de Alemania ( 1962-1965) ha sido todo el historial laboral de María Dolores Gómez Verdugo. En España no quiso trabajar, si bien se apuntaría al Instituto Nacional de Empleo (INEM) para acceder a los cursillos de alemán.

En septiembre del año 2000, viviendo en Inglaterra con María Esperanza,  M.D. Gómez Verdugo vino  a Mallorca a pasar unos días, a un hotel de Santa Ponsa, llevando consigo  a su maltratada hija de treinta años de edad. M.D. Gómez Verdugo tanteaba regresar a la Isla para quedarse de nuevo a vivir en ella. Mi hermana María Esperanza, decepcionada de Inglaterra, también deseaba el regreso.

Cierto día quedé con mi hermana para dar un paseo. No recuerdo que estuviésemos más de dos horas juntos. Pese a que aún no  se había puesto el sol,  mi hermana me apremiaba para regresar a su hotel, temiendo  el enfado de la madre  por exceder el tiempo permitido. Ese miedo a la mujer tiránica y detestable  me llenó de indignación. Me enfadé tanto con mi atribulada hermana, que la dejé en Santa Ponsa y, en voz alta, le anuncié que,  mientras no cambiase su actitud de sumisión y miedo hacia su madre,  no me llamase más. Y así pasaron siete años y nueve meses, hasta que en junio de 2008 recuperaría el contacto, ahora definitivo,   con María Esperanza.

En el año 2003 M. D. Gómez Verdugo y mi hermana llegarían a Mallorca para quedarse. En el  2006, con sesenta y tres años de edad, despierta en nuestra madre biológica el interés por encontrar una “pareja”. Pero como para ella los españoles siguen siendo una “mala raza”, su novio tendría que ser alemán. A fin de encontrar a su teutón,  pone anuncios clasificados en la prensa local alemana. Se gasta 500 euros en hacerse una fotografía con maquilladora profesional, y paga otros 500 euros en blanquecer sus dientes. Su cabello, como siempre,  teñido de negro para ocultar las canas.

Tras infructuosos encuentros con otros pretendientes, conoce a quien sería su  pareja, un alemán de cuarenta y dos años de edad, e inicia con él  una relación. Al poco mi hermana, gracias a un préstamo hipotecario, adquiere una humilde vivienda en Sant Llorenç y allí se trasladan las dos. El novio alemán de la madre biológica pernocta asiduamente en la vivienda de mi hermana. Como antes apunté, mi hermana no tiene siquiera derecho a poseer una llave de su propia vivienda, mientras que el alemán se señorea en ella con el consentimiento de su madurísima novia, M.D. Gómez Verdugo. La convivencia se hace insoportable para la ninguneada María Esperanza, que llegaría a ser agredida físicamente por el alemán, ante la impasible y permisiva mirada de M.D. Gómez Verdugo.

Finalmente, mi hermana, aconsejada por unas buenas personas, abandona su propia casa y se refugia en casa de un amigo. Consecuencia de estos desmanes será la demanda que mi hermana interpondrá contra su madre biológica, M.D. Gómez Verdugo, para desahuciarla, un “desahucio en precario” se llama la figura. En mayo de 2008 tiene lugar el juicio para echar de su casa a su madre biológica y, por consiguiente,  al  amante alemán . Durante su celebración  M.D. Gómez Verdugo mostraría al juez las confesiones arrancadas, aquellos infames papelotes obtenidos mediante el chantaje emocional al que ingenua y erróneamente sucumbiera mi pobre hermana. ¡ La maltratadora dándoselas de maltratada ! ¡ El colmo de la desfachatez ! No obstante, mi hermana ganaría el juicio. Debido a la crónica lentitud de la Justicia  que padecemos los ciudadanos de España, no sería hasta la primera semana de septiembre de 2009 cuando se ejecutara el desahucio.

A principios de junio de 2008  recibí por correo certificado la cédula de citación fruto de la demanda interpuesta  por nuestra madre biológica. Pese al enorme disgusto, perplejidad  e indignación que sentí al recibir la desvergonzada e inmoral demanda, hallé  entre tanta mierda  un motivo de satisfacción: el nombre de mi hermana aparecía, como codemandada, junto al mío. Eso significaba que, por fin, se había liberado emocionalmente de su nociva madre biológica ¡ Por fin ha escapado del infierno materno ! Inmediatamente  me desplacé a buscarla  al pueblo de Sant Llorenç, donde, según la cédula, residía María Esperanza. Allí, al no encontrarla, le  dejé una nota en su dirección. Un día después, ella me llamaría por teléfono, acordando conmigo un encuentro en aquel municipio del noreste de Mallorca.

La esperé en el lugar convenido y allí acudió. Al principio, su gesto hosco y el tono de su voz reflejaban un cierto e indisimulado rencor   hacia mí.

 María Esperanza, comprendí perfectamente tu enojo inicial en aquel encuentro, pero estoy seguro  de que, a estas alturas,  habrás entendido lo que yo sentí aquel día de septiembre del año 2000, siete años y nueve meses antes. ¿ No habrías hecho lo mismo que yo en mi lugar ?

A lo largo del verano del 2008 se sucederían los encuentros entre los dos hermanos unidos por el destino y por la kafkiana sinrazón de un procedimiento esperpéntico que ha terminado del peor y más grotesco modo  posible. En estas reuniones, María Esperanza me relataría algunas de las numerosas desventuras e indecentes episodios que,  por culpa de la madre biológica,  ha venido padeciendo, sobre todo, desde 1997. Episodios que superarían en  sordidez a los que durante años tuviera yo que sufrir por culpa de la misma persona. 

Te pido disculpas, María Esperanza, por incluirte  en este relato, pero tú también formas parte de este drama  y, sin ti, principal víctima de M. D. Gómez Verdugo ( aunque sobre mí haya caído casi todo el peso de la condena )  no podría  entenderse esta tragedia en toda su dimensión ni  la infamia de la condena que tan injustamente  nos ha tocado, como si de una lotería negra se tratara.

No puedo pagar. Me llega el embargo que, moralmente, considero un expolio

En el momento en que escribo estas líneas, diciembre de 2009, ignoramos la dirección de M.D. Gómez Verdugo y de su novio, ansiosos  de recibir el suculento regalo pecuniario que, gracias a la sentencia condenatoria contra nosotros, ha de percibir nuestra madre biológica. Y digo “suculento” porque suman casi diez mil euros, al tener mi hermana y yo que pagar desde EL MOMENTO EN  QUE MI MADRE INTERPUSO LA DEMANDA, O SEA, DESDE FEBRERO DE 2008. Sí, señores, estamos de  facto ante una condena retroactiva.

Puesto que la sentencia nos ha condenado al pago mensual de cuatrocientos euros (350 euros,  yo;  50 euros, mi hermana ) , hagan Uds. las cuentas…. Así que para diciembre de 2009 yo solito tengo que pagar unos 8050 euros, más las costas del juicio. Mi hermana, 1050 euros.

Yo no voy a pagar. No tengo ese dinero; pero  aunque lo tuviese, no cometería la infamia de pagar;  por objeción de conciencia y por estar ante una terrible y doble injusticia: la sentencia y su cumplimiento. Aborrezco las injusticias, mis principios éticos, mi conciencia me impiden cometerlas. Cumplir la sentencia sería cometer una injusticia.  NO ES REBELDÍA, NI CHULERÍA,  sino que EMOCIONALMENTE ME ES IMPOSIBLE, INASUMIBLE, cumplir la injusta y deficiente sentencia pisoteadora de nuestra dignidad. Antes que pagar prefiero morirme; les aseguro que es cierto lo que digo. 

En vista de que no dispongo del dinero, en breve una ejecutoria del Juzgado bloqueará el acceso a mi  banco, procediendo al embargo. No sé qué pueden embargarme, pues vivo en  una humilde vivienda de 27 m2 en el conjunto de viviendas conocido con el nombre de Corea, en el barrio de Camp Redó de Palma de Mallorca; vivienda hipotecada por treinta años y que, por esta razón, no es embargable. Y poseo un Opel Corsa del año 1996 con 385.000 Km. Todo un señor patrimonio, como pueden ver.

El siguiente paso de nuestra Justicia ( con jota mayúscula  ) sería embargar      ( yo lo llamo  expoliar ) mis futuros ingresos derivados del trabajo. Y así hasta completar la deuda que yo no busqué, sino que me cayó por obra y gracia  de un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca.

Huelga de hambre

A fin de llamar la atención de la opinión pública, y con la idea de conseguir  la revisión de la deficiente e injusta condena, y detener la ejecutoria de embargo contra mi hermana y contra mí, iniciaré a mediados de diciembre una huelga de hambre indefinida. No puede ser de otra forma, pues como he dicho en el epígrafe anterior no puedo trabajar a sabiendas que una parte de mis ingresos irían a María Dolores Gómez Verdugo y, probablemente, a su joven amante que ninguneó y agredió a mi hermana en su propia casa. 

 Precedentes históricos de condenas por haber nacido  de la persona equivocada

Como han visto Uds. ni mi hermana ni  yo hemos hecho nada malo como para ser sentenciados a una condena prácticamente vitalicia. Ni hemos robado, ni estafado, ni maltratado a nadie, ni nos hemos aprovechado de nadie. Nuestra culpa es meramente  haber nacido de la persona indebida. ¿ Es  lógico que se produzca una situación así  en un país que presume de libre y democrático? Ningún  país verdaderamente libre puede condenar a nadie por el mero hecho de haber nacido; por el hecho de haber venido al mundo por la persona indebida.

Este verano escuché en TV que la Audiencia Provincial de Murcia había dictado una sentencia a favor de unos hijos demandados por su padre, quien reclamaba de ellos una pensión por alimentos. De nuevo, otro caso kafkiano. Sin embargo, la sentencia de Murcia absolvió a los hijos señalando, entre otras cosas,  que “las dificultades económicas por las que atraviesa el demandante no tienen su origen en factores ajenos al mismo, sino que  se deben a su propio comportamiento en la vida. …. “. Lo mismo hubiera podido decir sobre nuestra madre la sentencia de la Audiencia Provincial de Palma  de Mallorca, pero no lo hizo y prefirió condenarnos, sobre todo a mí, condenado SIETE VECES MÁS QUE MI HERMANA, como más abajo verán Uds.   

En diferentes momentos de la Historia hubo países, totalitarios y absolutistas,  donde se condenaban a las personas por haber nacido de la madre equivocada. Y además, se procedía al embargo de esas mismas  personas, cuya única culpa era su origen. No les voy a dar ejemplos porque creo yo que son Uds. lo suficientemente inteligentes y cultivados  para hallarlos. Pese a que la causa de aquellas condenas y sus fundamentos de derecho eran radicalmente distintos a la de la sentencia contra  mi hermana y contra mí, sin embargo, tales condenas tenían un denominador común con  la nuestra:  provocar  en los afectados la misma impresión, la de verse condenados por el mero hecho de haber nacido de la persona equivocada.

Una sociedad moderna, democrática y libre no puede ni debe condenar a nadie por el hecho de haber nacido de una persona equivocada. Ni mucho menos condenar a  un maltratado a pagar una pensión a un maltratador por muy padre  o madre que sea. La kafkiana condena que pesa sobre mi hermana y sobre mí,  más parece salida  de los tiempos del profeta Abraham, de un régimen totalitario, o de la España de otros siglos; y no  de la sociedad moderna, libre y avanzada del siglo XXI que anhelamos: no en vano se  apoya esta insólita sentencia en un rancio artículo del Código Civil del siglo XIX, inspirado en el napoleónico. Una razón más para rectificarla.

Agravios comparativos

Cuando veo en televisión que un violador múltiple fue condenado en nuestro país a cien años de cárcel, pero que sólo ha cumplido diez de ellos, dándole ocasión a la reincidencia, se me revuelven las tripas. Cuando escucho que el asesinato en nuestro país prescribe a los veinte años, o que quien estranguló a una joven enfermera no pasará de hecho más de doce años entre rejas, siento, desde la situación mía y de mi hermana, una profunda indignación y una enorme tristeza. ¿ Cómo una España tan laxa con los auténticos y verdaderos criminales  puede tratar tan mal a dos ciudadanos inocentes que no arrojan ni un papel al suelo ?        Pero, ¿ qué les voy a contar a Uds. que no sepan?

Imagínense mi indignación al pensar que este violador, ese asesino, aquel  político corrupto, o el estafador de más allá TERMINANARÁN DE CUMPLIR SU CONDENA ( si la cumplen ) PROBABLEMENTE MUCHOS AÑOS ANTES QUE YO LA MÍA; porque mi condena es, de facto, una condena por vida, igual de perdurable que la de mi hermana. Me siento maltratado por la Justicia de mi país, DESPROPORCIONADAMENTE MUCHO PEOR TRATADO que un asesino, un violador o un terrorista. Alguien dirá que esta apreciación mía es equivocada o exagerada; sin embargo es la que tengo. ¿ Pero, qué he hecho yo ? ¿ Cómo una persona tan noble como mi hermana María Esperanza, de UNA BONDAD LLEVADA AL EXTREMO DE SOPORTAR DURANTE DÉCADAS A SU MALTRATADORA, puede ser condenada a pagarle  de por vida una pensión            ( encima, retroactivamente ) ? ¿ POR EL HECHO DE HABERNOS PARIDO ?

Llamamiento desesperado a la opinión pública española

España, afortunadamente,  es mucho más que los políticos que hacen las leyes,  no siempre buenas; y  que los profesionales que las aplican, no siempre bien. Yo les pido a los ciudadanos de este país que se conciencien de la injusticia y de la gravedad de nuestro problema, que nos apoyen emocionalmente; yo le pido desesperadamente a la opinión pública, a los medios de comunicación, que se hagan eco de nuestra kafkiana situación, inasumible  desde la libertad y  el sentido común.

La sociedad española debe comprender que no se puede obligar a  dos hermanos a  pagarle una “pensión” a quien meramente los trajo al mundo; sin olvidar todas las circunstancias expuestas.  La sociedad española debe entender que no se puede obligar a nadie a pisotear su propia dignidad. Yo le pido a la sociedad española, a los medios de comunicación, que se impliquen para que  nuestra Administración de Justicia española rectifique el gravísimo error y  daño cometidos.

Y antes de entrar en el análisis detallado de las dos sentencias del insólito proceso, quisiera recordar una vez más, como al principio del relato, que hay una razón muy profunda para apelar a la sensibilidad de la sociedad: que no estamos ante un problema meramente personal, aunque directamente nos afecte a mi hermana y a mí, sino que es una cuestión de DIGNIDAD Y DE LIBERTAD las que están en juego, y que, por ello,   NOS AFECTAN  A TODOS.

COMENTARIOS Y REFLEXIONES SOBRE LAS DOS SENTENCIAS

En junio de 2008 mi hermana, María Esperanza, me convenció para escoger a su abogado a fin de defendernos contra la demanda de nuestra madre biológica. María Esperanza estaba satisfecha con su letrado de Manacor; fue él quien le había llevado el juicio de desahucio contra M.D. Gómez Verdugo, proceso que, felizmente, ganó mi hermana.

No obstante, me pareció oportuno consultar la opinión de, al menos, otro profesional. Así es que, aprovechando que soy cliente de un conocido seguro de abogados, me puse en contacto con otro letrado. El hombre, asombrado por el caso, me reconoció que nunca antes en sus muchos años de vida profesional se le había planteado uno como el mío. Su estrategia para  defendernos sería insistir y demostrar que  M.D. Gómez Verdugo apenas ha tenido interés en su vida por un trabajo remunerado, prefiriendo vivir  de otras personas.

Yo le expresé mi opinión de que los malos tratos constituyen, a mi juicio, el argumento más contundente para la defensa. Sin embargo, él me dijo que, al tratarse de hechos cometidos hace veinte años ( los míos ), que serían difíciles de demostrar. Por otra parte, yo sabía que mi hermana ( ausente  en el despacho ) no querría hablar de malos tratos, pese a que los sufridos por ella eran mucho más recientes, prolongándose en el tiempo hasta el año 2007.

Finalmente, tras escuchar la opinión de María Esperanza, opté por su abogado de Manacor. En la reunión que mantuvimos con él, de nuevo aludí a los malos tratos. Al igual que el letrado de Palma, nos habló de la dificultad de demostrarlos,  considerando, como el otro abogado, que podíamos ganar el procedimiento sin necesidad de mencionarlos.

Mi hermana no quería alegar los malos tratos cometidos aún en 2007 contra ella, infligidos por su madre biológica;  por temor a que ésta sacara del bolso aquellos infames papelotes o confesiones escritas arrancadas, que antes he citado, como hiciera en el juicio por desahucio. Mi pobre hermana pasó un mal rato durante el acto de aquel juicio, pese a que, afortunadamente, ganó el proceso de desahucio.

 Además,  María Esperanza quería evitar la posibilidad de verse  obligada a contar las  sórdidas indignidades a las que, durante años, fuera sometida por  su madre biológica;  por  temor a que ello le deparase un estigma social. Creo yo que algo así como cuando antaño las mujeres, por vergüenza, ocultaban malos tratos o violaciones; por no señalarse ante la no siempre benévola y, a menudo, cotilla sociedad.

María Esperanza, hermana,  permíteme que lo diga: estabas equivocada. Debíamos haber insistido al abogado para que los malos tratos fueran la piedra angular de nuestra defensa. Mira el caso de la Audiencia Provincial de Murcia y su justa sentencia, tan diferente a la nuestra. Y eso,  que los malos tratos de aquel padre maltratador no se prolongaron tantos años como los de nuestra madre biológica :

http://www.20minutos.es/noticia/503189/0/pension/hijos/maltratados/

Los malos tratos sí pueden demostrarse

1)     El testimonio de mis amigos,  que hoy recuerdan cómo a mis veintidós años de edad mi madre biológica no me permitía  poseer una llave de mi vivienda, y cómo ella, al salir a la calle,  me dejaba encerrado en casa.  También ellos pueden recordar y testimoniar    que, a lo largo de los años, me he referido, con amargura,  a mi convivencia con mi madre biológica.

2)     A petición mía, nuestro padre escribió en septiembre una declaración en la que reconoce que él mismo fue objeto de malos tratos psicológicos por parte de  su mujer, cuando vivían juntos. También, en la misma declaración, narra su reencuentro conmigo en 1994, cuando le confesé los malos tratos que esa mujer me infligió a lo largo de los años; declaración escrita y firmada por mi padre, y que adjunto.

3)     ¿ Acaso no es maltrato el habernos “lavado el cerebro” a fin de  distorsionarnos la imagen de nuestro padre, haciéndonosla odiosa para  privarnos del afecto hacia él, acusándonoslo de ser un malvado homosexual ?    ¿ Es que este solo hecho no es suficiente para determinar que estamos ante un gravísimo maltrato ?

4)     Un análisis de María Dolores Gómez Verdugo por parte de psicólogos  revelaría con seguridad la personalidad y el perfil de maltratadora de esta mujer: egocentrismo-narcisismo, soberbia, victimismo,  ausencia de remordimientos,  su misantropía, homofobia, racismo, suspicacia extrema, intransigencia y quién sabe cuántas cosas más. Yo estaría dispuesto a someterme con ella a  un análisis de este tipo ante un equipo de psicólogos, para contrastar personalidades.

Sin mencionar los malos tratos también podríamos haber ganado el procedimiento

Por las opiniones de mi hermana y de dos abogados ( que hoy considero equivocadas ), yo cedí, descartando los malos tratos como elemento defensivo, aunque luego, en el juicio oral los mencioné. Cedí porque creía posible ganar el procedimiento  sin mencionarlos.       ¡ Tan inconcebible me parecía que se pudiera condenar a una persona por el simple hecho de haber nacido !  

No obstante, en el juicio de Manacor, a instancia  del abogado de M.D. Gómez Verdugo, afirmé que “durante mi infancia y adolescencia ( incluso más allá de ésta ) había sufrido malos tratos físicos y psicológicos por parte de esa mujer. Y lo dije delante del juez, aunque esta declaración no esté reflejada por escrito en la sentencia. Si hay una grabación sonora del juicio, como parece que la hay, habrá quedado registrada.

Me parecía y me parece un atentado al sentido común que una persona sea condenada por el mero hecho de haber nacido, malos tratos aparte. Pero tenía yo también que haber valorado  que el sentido común no siempre es  el más común de los sentidos; y que los jueces también pueden, como humanos que son, equivocarse.

El abogado de Manacor basaba su defensa en demostrar que M.D. Gómez Verdugo no necesitaba esa pensión, pues  vivía de su pareja, del alemán veintiún años más joven que ella. También alegaba nuestro abogado la falta de interés que M.D. Gómez Verdugo había mostrado a lo largo de su vida por buscar un trabajo remunerado.

Otro elemento de nuestra defensa era alegar que  no nadamos  en la abundancia, que nuestra relación de ingresos y gastos no nos permite pagarle una pensión a esa mujer. Y así es, aunque el tribunal de la Audiencia Provincial de Palma lo haya visto de otra forma.

 Sin embargo, yo afirmo tajantemente que, aunque mi hermana y yo fuésemos tan ricos como el sultán de Brunei,  a la luz de la razón y del sentido común no estamos obligados a pagar un solo euro a esa mujer que tanto sufrimiento nos ha infligido; ni un céntimo de euro.           Pagar, ¿ por  qué?  ¿  por habernos parido ?

María Dolores Gómez Verdugo no es nuestra madre. Sólo biológicamente

La palabra “madre” adquiere en nuestra sociedad un valor  más allá de lo meramente biológico; de hecho, el título de madre corresponde también a una mujer que cumpla emocionalmente con el papel de alimentar, cuidar, educar, dar ternura y cariño a un niño, niña, o joven,  sin estar emparentada biológicamente con ellos. Que el hecho biológico no es el determinante lo entiende nuestra sociedad, hasta el punto de que la donación de óvulos no sólo es legal, sino relativamente frecuente.

¿ Por qué mediante una sentencia mi hermana y yo tenemos que  estar sometidos a un tipo de esclavitud, “encadenados” a pagarle a un ser que nos infligió tantos sufrimientos, que nos distorsionó, en  brutal lavado de cerebro,  la imagen de nuestro padre, hasta hacérnoslo odioso, privándonos de sentir afecto por él ? ¿ Por qué tengo que verme  condenado durante décadas futuras a una sangría económica a favor de semejante ser ? ¿ Por el mero vínculo biológico ?

Por estos malos tratos no puede considerarse nunca que María Dolores Gómez Verdugo sea nuestra madre, excepto en lo biológico. Si quieren, lo repito con letras mayúsculas: NO ES NUESTRA MADRE.

Salvando las distancias, mucho más dramáticas que las nuestras,  recuerden Uds.  el caso que en 2008 conmocionó al mundo, el de la joven austríaca de Amstetten,  encerrada por su padre biológico en un sótano durante 24 años, sufriendo todo tipo de maltratos y vejaciones. ¿ Hay quien pueda todavía otorgar a ese monstruo, el título de padre ? Señores,  no hace falta cometer las atrocidades de  aquella insólita y terrible historia, para desposeer a un homo sapiens de su título de “padre” o “madre”.

¿ Acaso algún juez o jueza del procedimiento se ha interesado en conocer si María Dolores Gómez Verdugo ha sido y es realmente nuestra “madre” ? Evidentemente, no. Ni siquiera en el juicio de Manacor, en primera instancia; pese a que cuando  el abogado de M.D. Gómez Verdugo me preguntó por la razón de llevar yo tantos años sin hablar con ella, yo le respondiera “por haber sufrido malos tratos físicos y psicológicos durante mi infancia y adolescencia” Esta respuesta, que no quedó recogida en ningún documento escrito, ha debido  quedar registrada, como todo el juicio verbal, en soporte para la grabación y reproducción de sonido. Lamentablemente no se me inquirió en este asunto de los malos tratos, como yo hubiera deseado en aquel momento.  

Esta realidad, que María Dolores Gómez Verdugo no es nuestra madre, excepto en lo biológico, debiera ser suficiente para anular este  kafkiano procedimiento, esta pesadilla mía.

Comentario sobre la primera sentencia

En FUNDAMENTOS DE DERECHO, apartado SEGUNDO, se menciona que la demandante M.D. Gómez Verdugo explica en el juicio celebrado ese mismo día, 22 de septiembre de 2008, que ha podido vivir de su compañero sentimental ( veintiún años más joven que ella ).

 Este hecho objetivo pone de manifiesto que M.D. Gómez Verdugo no tenía necesidad de la pensión que reclamaba desde febrero de 2008, siete meses antes. Sin embargo, la posterior sentencia de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca desprecia la realidad expuesta en el párrafo anterior, condenándonos a mi hermana y a mí, con retroactividad, al pago   ¡ desde febrero de 2008 !

Pese a ser la primera sentencia  favorable a nosotros, sin embargo, yo echo de menos en ella algunas apreciaciones que, tal vez, hubieran influido en la posterior  y definitiva sentencia de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca, dictada el 20 de julio de 2009. Por ejemplo, que aparte de mi obligación para hacer frente al préstamo hipotecario, también tengo otras obligaciones, como un préstamo de la CAM y otro  personal que tengo con mi padre, éste último para que yo diese la entrada a fin de  comprar  mi pequeña y humilde vivienda,  la del referido préstamo hipotecario.

Además, la primera sentencia, aun siendo favorable para nosotros, incurre en una inexactitud cuando respecto a mí dice que: “manifiesta que sus ingresos no superan los 1200 euros mensuales, siendo inferiores a los que percibía en años anteriores cuando trabajaba en un hotel” Durante el acto del juicio verbal, el  abogado de mi madre biológica me preguntó cuánto ganaba yo. Mi  respuesta fue que, como guía turístico que soy, carezco de  ingresos constantes y regulares, siendo, por tanto, inestables y fluctuantes; en función no sólo de la coyuntura económica, sino de diversos factores, como bien saben mis compañeros de profesión.

En la profesión de guía intérprete de turismo percibimos  ingresos inestables e irregulares,  independientemente de si ejercemos esta profesión a cuenta ajena o como trabajadores autónomos.  Y esto es algo que todos los compañeros de mi profesión  saben bien.

Por ello, resulta imposible responder a la pregunta de aquel letrado con una cantidad fija. Y, ante su insistencia, indiqué lógicamente una cantidad a la baja, unos 1000 o 1200 euros mensuales, lo cual me es perfectamente factible en una profesión tan competitiva e inestable como la mía. 

Tras mi respuesta a su pregunta, con el ánimo de dejarme por mentiroso,  el abogado de mi madre biológica, dio las cifras de lo que gané en la temporada de 2007. Sin embargo, ello no contradice en absoluto la irregularidad de  mis ingresos, mencionada por mí.

Como he dicho varias veces, no estoy sólo ante una cuestión de ingresos, de si yo gano más  o menos, de si yo o mi hermana podemos permitirnos el pagar una pensión a nuestra madre biológica. Sino que estamos ante una CUESTIÓN DE DIGNIDAD y de SENTIDO COMÚN: no se puede pagar a una persona por el mero hecho de haberte parido. No se puede pagar a  una persona que te ha maltratado y humillado durante tantos años de tu vida. Es decir, que aunque mi hermana y yo fuésemos inmensamente ricos no tendríamos que pagarle ni un céntimo a esa mujer. Creo que más claro no puedo decirlo.

Lamentablemente, la primera sentencia, aun siéndonos favorable, no alude a mi declaración oral ante el juez respecto a los malos tratos que esta mujer me infligió.  

Comentarios sobre las alegaciones frente al recurso de apelación de M.D. Gómez Verdugo

Las alegaciones de nuestra parte frente al recurso de apelación de M.D. Gómez Verdugo afirman que en el acto de juicio quedaron acreditadas las siguientes circunstancias:

1)     La Sra. Gómez se divorció de su marido sin haber solicitado pensión alguna y no habiendo interesado en algún momento, una modificación de medidas.

2)     La ausencia de trabajo por parte de la misma, lo que demuestra que no necesita realizarlo.

3)     La convivencia con un señor, quien según la apelante, se encarga de su mantenimiento.

A continuación, el escrito de alegaciones añade: “Por ello, conforme a lo expuesto, atendiendo a la actual escasez de bienes económicos de los Sres. Braojos, a la inexistencia de bienes suficientes, y a la ausencia de necesidades por parte de la alimentista, Sra. Gómez, que quedaron plenamente acreditados en el momento procesal oportuno, es por lo que procede la confirmación de la sentencia dictada en el presente procedimiento

Estas alegaciones son acertadas; sin embargo no hubiera estado mal añadir e insistir  en:

1) Que M.D. Gómez Verdugo, en toda su vida, apenas ha mostrado interés por trabajo remunerado alguno. Igualmente, se podría haber señalado el derecho que Gómez Verdugo tiene de obtener una pensión no contributiva.

2) En  “atendiendo a la actual escasez de bienes económicos de los Sres. Braojos” debiera haberse insistido explícitamente  en el carácter irregular e inestable de mis ingresos; pues en el caso de mi hermana queda sobradamente demostrado que  su sueldo y el gasto de su hipoteca la hacen económicamente insolvente para atender esa demanda.  En mi opinión, también  podría haberse añadido explícitamente mis obligaciones  para hacer frente a los otros dos préstamos referidos, aparte del préstamo hipotecario de mi vivienda.

3) que yo manifesté oralmente en el juicio haber sufrido malos tratos físicos y psíquicos durante mi infancia y adolescencia. Creo que estas observaciones hubiesen reforzado nuestra posición frente al recurso de apelación de M.D. Gómez Verdugo.

Comentarios  sobre la segunda y definitiva sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca

Esta segunda y definitiva sentencia, de un tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca es la verdadera pesadilla que provocó en septiembre pasado mi depresión reactiva, por la que aún estoy en tratamiento médico. Una sentencia que reduce y contempla todo el caso como una mera cuestión económica o mercantil, la de discernir si los demandados tienen o no tienen medios económicos para atender la pensión de la demandante; limitando sus argumentaciones  a  determinar si los demandados pueden o no pagar.

No hay un solo argumento en esta sentencia contra las alegaciones de nuestra parte, excepto contra la referida a nuestra escasez de medios económicos. Es decir,  da la impresión de que este tribunal ya nos ha condenado de antemano, al dar por hecho de que la demandante es merecedora de tal pensión; reduciendo el tribunal sus argumentaciones y limitando la  concesión de la pensión al mero hecho de la capacidad económica de los demandados para pagar; sin importarle al tribunal otras consideraciones, como la de si la demandante maltrató  a sus hijos  o no; como la de la convivencia con un señor 21 años más joven que ella, que la mantiene; como la falta de interés de la demandante por un trabajo remunerado;  o como la del derecho que tiene M.D. Gómez Verdugo de percibir una pensión no contributiva. Esta sentencia queda muda ante estas realidades.

En definitiva, que al contrario de la sentencia dictada por la Audiencia Provincial de Murcia en un caso similar al nuestro, este tribunal de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca desprecia el hecho constatable de que las supuestas dificultades económicas que M.D. Gómez Verdugo pudiera tener ahora, NO TIENEN SU ORIGEN EN FACTORES AJENOS A ELLA, sino que se deben ÚNICAMENTE AL COMPORTAMIENTO IRRESPONSABLE CON QUE ELLA HA CONDUCIDO SU VIDA Y A LAS CONSECUENCIAS DE ESE COMPORTAMIENTO.

Pero, ¿ no habrá sospechado este tribunal, siquiera remotamente, que tras este caso subyace un terrible drama familiar y humano ?

Pero hay,  además, otro elemento de esta sentencia que me parece, cuando menos, grotesco o chocante; se encuentra en los FUNDAMENTOS DE DERECHO, en el TERCERO. Es cuando se refiere a la capacidad de mi hermana para hacer frente al pago de la pensión, admitiendo la apelación de la demandante. No se lo pierdan: “En cuanto a la codemandada, Dª María Esperanza Braojos Gómez, percibió por su trabajo en el año 2007 unos ingresos por un importe de 11.956,14 euros lo que supone unos ingresos mensuales por importe de 996,34 euros. Si a dicha cantidad se le descuenta la de 700,31 euros que mensualmente abona para hacer frente al préstamo hipotecario, le queda una cantidad neta de 296,03 euros, cantidad con la que, DADA LA AYUDA QUE PERCIBE DE SU PAREJA, PODRÍA HACER FRENTE A LA PENSIÓN DE ALIMENTOS SOLICITADA POR SU MADRE.” Es decir, que reconocen que mi hermana no tiene capacidad económica para hacer frente a la pensión, a menos que acuda a la ayuda de su pareja. O lo que es lo mismo,  vienen a decir que la pareja de mi hermana tiene, indirectamente, que financiar ….  ¡ la pensión de su “suegra”! En mi opinión, sólo estas líneas serian suficientes para declarar nula esta sentencia.

En los FUNDAMENTOS DE DERECHO, concretamente en el TERCERO da por firme que  puedo pagar la pensión en base a mis ingresos del año 2007, como si  dichos ingresos fueran constantes y habituales en el futuro. La sentencia afirma que yo percibí 26383 euros en 2007; pero aquel año 2007 fue para mí una excelente  temporada turística; por si fuera poco, en noviembre, terminada la temporada,  tuve la suerte de encontrar  trabajo en un hotel ( algo casi increíble en Mallorca en ese mes del año ) y, además,  aquel año había cobrado del paro.

La prueba más palpable de la inestabilidad e inseguridad de mis ingresos generados en mi profesión es la vivienda donde resido: una planta baja de 27 m2 en la degradada y marginal barriada conocida en esta ciudad con el nombre de “Corea”; vivienda que adquirí en diciembre de 2005.

Durante el año 2005 intenté comprar un piso, dado que yo entonces vivía de alquiler. Todos conocemos la situación del mercado inmobiliario en aquel año. Al igual que muchos ciudadanos, consideraba necesario comprar una vivienda, pues los precios no paraban de subir; además, el mercado de pisos de alquiler estaba por las nubes.

Pues bien, no conseguí ningún crédito para comprar un piso. LOS BANCOS NO CONFIABAN, AL CONTRARIO  QUE EL TRIBUNAL  DE LA AUDIENCIA PROVINCIAL DE PALMA DE MALLORCA, EN LA REGULARIDAD DE MIS INGRESOS. Lo único que conseguí fue comprar la planta baja de “Corea”, 27 m2 por 72000 euros.  E incluso NECESITÉ MESES para obtener finalmente un crédito bancario, como seguramente recordarán  algunos empleados de la agencia inmobiliaria ADDICO, de la Calle Blanquerna,  que me vendieron esta humilde vivienda.  Aparte de la ausencia de ingresos constantes, otra dificultad para obtener un crédito fue la práctica ausencia de patrimonio de mi padre, quien, por esta razón,  no podía ser avalista. 

Sin embargo, mi padre solicitaría de su banco un crédito personal por veinte mil euros para prestármelos, cantidad que me exigían de entrada para comprar la pequeña vivienda donde resido. Un dinero que, desde entonces y poco a poco, le voy devolviendo a mi padre; y guardo resguardos bancarios acreditativos de mis transferencias a mi padre, resguardos que puedo mostrar.

Esta vivienda mía del marginal barrio de “Corea”, hipotecada por 30 años,  es la prueba evidente de la “regularidad” de mis “altos” ingresos, de mi “poderoso” patrimonio, del cual forma parte un viejo Opel Corsa, mi coche desde el año 1996. Hoy estoy arrepentido de haber comprado esta vivienda en la barriada de “Corea”;  pero eso es otra historia que no viene al caso. 

Por último, la sentencia dicta que se condena mancomunadamente a dichos demandados a abonar en concepto de alimentos a la actora la cantidad de 400 euros mensuales y en la proporción siguiente: 350 euros el codemandado D. José Antonio y 50 euros la codemandada Dª María Esperanza; y ello DESDE LA FECHA DE INTERPOSICIÓN DE LA DEMANDA ( febrero de 2008 )” De nuevo, he señalado en mayúsculas la fecha de la innecesaria retroactividad de la sentencia, obligándonos a cumplirla desde febrero de 2008, como si nuestra madre biológica no se hubiera alimentado en esos 17 meses ni se hubiese vestido ni dormido  bajo techo.  Por ello, en el momento de escribir estas líneas debo pagar, al menos,   8050 euros a la mujer que, durante décadas, me maltrató a mí y  a mi hermana, ganadora y beneficiaria de esta sentencia. Un dinero que no tengo, pero que de tenerlo no pagaría, pues antes prefiero morirme de hambre que cometer la indignidad de hacerlo o de someterme a la ejecución de embargo.

Detener la ejecutiva de embargo y anular o revisar la sentencia de la Audiencia Provincial

Creo que  he demostrado la injusticia de la sentencia de la Audiencia Provincial de Palma de Mallorca contra mi hermana y contra mí. Pero, por si fuera poco, a partir de mediados de diciembre de 2009 voy a demostrar con una huelga de hambre mi indignación absoluta.

Igual que cuando un equipo de cirujanos comete el error de dejar olvidadas unas gasas o unas pinzas en el vientre del operado; detectado el error, no se le dice al paciente “lo siento, Ud. ya está operado y tiene que quedarse como está”. No es eso lo que se le dice; lo que se hace es operarlo de nuevo  para corregir el error. 

Pues lo mismo debemos exigir los ciudadanos de los magistrados y jueces, respecto a los errores que cometen. Yo creo que estos profesionales pertenecen, al igual que los cirujanos y resto de ciudadanos, a la especie “homo sapiens”; es decir, que no son seres celestiales ni superhombres;  y,  como homos sapiens, pueden también incurrir en equivocaciones y cometer errores. Sólo pido que alguna instancia superior rectifique, como debe corresponder a la Justicia, o sea, al Poder judicial, cuya razón de ser no es otra que impartir justicia, es decir, la virtud que inclina a dar a cada uno lo que le pertenece o corresponde. Sólo pido eso y                  quitarme este calvario de encima, y poder descansar por fin.

Por último, les recuerdo una vez más que este singular caso es mucho más que un problema  personal, pues afecta a la dignidad de dos ciudadanos inocentes. Estoy convencido de que los ciudadanos podemos afirmar con objetividad que la dignidad y la libertad de la persona nos afecta a todos;  y si alguien cree que no es así, es que ha quedado fuera del ámbito de la dignidad.

Quisiera dejar claro que todo este relato y los comentarios a las sentencias, su publicación y mi huelga de hambre han surgido de mi exclusiva iniciativa, sin haber consultado  a mi hermana.

Muchas gracias por la atención prestada e igualmente les reitero de antemano mi agradecimiento por el apoyo de todos ustedes a la causa mía y de mi hermana.